El príncipe Ificlo era uno de los más famosos
corredores de Grecia.
Se decía que podía correr tan velozmente por un campo
de trigo que ni siquiera se doblaban las espigas a su paso: era capaz de
ganarle una carrera al mismo viento.
Sin embargo, Ificlo no era feliz. No podía tener hijos
y nadie sabía a qué se debía esa desgracia. Un día, su padre, el rey de
Filacas, decidió consultar a un famoso adivino.
Melampo, el adivino de los pies negros (se decía que
cuando era bebé su madre lo había olvidado un día con los pies al sol), tenía
la virtud de comprender el lenguaje de los animales. Ordenó que mataran dos
toros y los dejaran tirados en el campo, abiertos y despedazados, para atraer a
las aves de rapiña. Los buitres no tardaron en llegar.
-¡Mmm, qué delicia de carroña! -comentó uno de los
buitres.
-Sí, muy bueno -dijo otro. Pero... ¿por qué mataron
estos dos toros y los dejaron aquí? ¿No será una trampa?
-No tengas miedo -explicó otro buitre. Es un
sacrificio que hicieron por el príncipe Ificlo, que no puede tener hijos.
-¡Qué tontos! -se rio el buitre que había hablado
primero. Lo que le pasa a Ificlo no tiene nada que ver con ningún toro. Sin
querer, cuado era pequeño, cometió una ofensa contra los dioses. Su padre
estaba castrando carneros y dejó el cuchillo junto a él. Asustado, el pequeño
tomó el cuchillo y, para que su padre no lo encontrara, lo clavó en el tronco
todavía tierno de un joven roble. ¡Nada menos que un roble sagrado! El árbol
creció y a lo largo de los años la corteza fue ocultando el mango del cuchillo.
-¿Y cómo podría curarse Ificlo? -preguntó otro buitre,
curioso.
-Fácil. Habría que encontrar el cuchillo, sacarlo con
mucho cuidado de no dañar el árbol, y preparar una bebida medicinal con la herrumbre
que lo recubre. Para curarse, bastaría que Ificlo tomara ese remedio durante
diez días.
Melampo fue a ver a Ifclo con las novedades. El
príncipe recor-daba perfectamente la impresión que se había llevado ese día y
sabía cuál era el árbol en el que había clavado el cuchillo. Siguieron
exactamente las instrucciones del buitre y un año después los habitantes de
Filaca festejaban el nacimiento de un precioso bebé, hijo de su príncipe
heredero.
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