Cuando los primeros hombres fueron aplastados por un
cataclismo que hizo desplomarse el cielo sobre la tierra, Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada ,
tuvo que crearlos otra vez y no fue nada fácil. Pero más complicado todavía
parecía ser el problema de alimentarlos. Los demás dioses estaban preocupados.
-Has creado demasiadas personas -le reprochaban a
Quetzalcóatl. Ahora tienen hambre. ¿Y qué van a comer?
Lo cierto es que nadie sabía adónde habían ido a parar
los alimentos cuando se produjo la caída del cielo. Los nuevos seres humanos
eran inocentes como recién nacidos, no entendían nada, no sabían hacer nada,
había que explicarles cada cosa. Y ni siquiera quedaban suficientes animales
como para que les enseñaran a cazar.
Quetzalcóatl buscó y buscó. La tierra estaba casi
vacía. Gracias a sus poderes divinos, consiguió encontrar finalmente a una
hormiga colorada que se estaba comiendo un grano de maíz. Si había un grano, en
alguna parte debían de quedar otros. Con toda su majes-tad y su poder, el dios se
manifestó ante la hormiga y le preguntó con voz tonante dónde estaba escondido
el resto del maíz. La hormiga se hacía la tonta y no le contestaba. Si la
mataba, Quetzalcóatl se quedaría sin la información. Ante
las amenazas, la hormiga fingía señalar para dónde había que ir a buscar el
alimento. Pero a veces señalaba para abajo, a veces para arriba, en fin, todo
lo que hacía era solo para confundir.
Viendo que de nada valía tratar de asustar a la
hormiga roja, Quetzalcóatl decidió cambiar de táctica. Y volvió caminando despacito,
transformado en una humilde hormiga negra.
-Mmm, qué rico grano de maíz, hermana. ¿Dónde lo
encontraste?
-Me extraña... ¿Qué me estás preguntando? ¡Si eso es
algo que todas las hormigas sabemos bien!
-Es que me caí, hermana. Tropecé y me golpeé muy
fuerte la cabeza. Por
eso he olvidado dónde queda nuestro escondite.
Compadecida del accidente que había sufrido su pobre
hermanita negra, la hormiga roja la llevó hasta el lugar donde se encontraba el
Cerro de la Abundancia.
-Mira. Aquí quedaron guardados todos los alimentos,
para prote-gerlos de la catástrofe cuando se cayó el cielo. No tenemos que
compartirlos con nadie, ¿entiendes? Son solo para nosotros, los seres pequeños.
Puedes comer todo lo que quieras.
-Pero así se nos acabarán tarde o temprano.
-No, porque el cerro es mágico. De todo lo que comas,
volverá a aparecer otro igual. Tenemos comida para siempre. Pero eso sí, tened
cuidado, tú y tus hermanas. No debéis horadar mucho, porque si el cerro se
llega a romper, los alimentos no se volverán a repro-ducir por sí mismos nunca
más.
Después de agradecerle mucho a la hormiga colorada y
sin darse a conocer, Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada ,
tomó un grano de maíz y se fue de allí pensando en cómo podía beneficiar a los
hombres con lo que había descubierto.
Primero pensó en la solución más sencilla: llevar a
todos los hombres hasta el Cerro de la Abundancia. Pero
los hombres eran demasiado grandes para pasar por el túnel que la hormiga roja
le había mostrado. Tampoco eran hormigas para cavar en el cerro túneles de su
tamaño. Y ni pensar en que pudieran alimentarse robándole su carga a las
hormigas: comer maíz a un grano por vez no les serviría para calmar su hambre.
Lo que había que hacer era llevar el Cerro de la
Abundancia a los hombres, y reventarlo como si fuera una piñata, para que todos
los alimentos se derramaran. Así, los seres humanos podrían alimentarse hasta
quedar satisfechos. Claro, tendrían que cuidarse de dejar suficiente grano para
semilla. Y después tendrían que aprender a sembrar y a cultivar, porque una vez
destruido el cerro, se perdería la magia y los alimentos ya no volverían a
reproducirse por sí mismos.
Quetzalcóatl trató de cargar el cerro al hombro, pero
no pudo. Después lo volvió a intentar con unas cuerdas, pero ni siquiera con
todos sus poderes divinos logró levantar tan enorme montaña. Entonces fue a ver
a una adivina, que arrojó sobre la tierra unos granos de maíz, y observó la
forma en que caían. Así supo la adivina que había un solo ser capaz de realizar
esa hazaña. Era Nanahuatl, el dios más fuerte del universo.
Hasta la morada de los dioses llegó la Serpiente Emplumada
buscando a Nanahuatl y finalmente lo encontró. El dios de la fuerza aceptó el
desafío. De un solo empujón, se cargó al hombro el Cerro de la Abundancia. Lo
llevó hasta donde estaban los seres humanos. Y después usó su rayo para
partirlo en dos.
En México, cuando un niño cumple años, se acostumbra a
colgar una piñata bien llena de golosinas. Los niños la golpean con un palo
hasta que se rompe. Todas las golosinas se desparraman por el suelo y los niños
se lanzan a arrebatarlas. Eso fue lo que sucedió con el Cerro de la Abundancia. Con la
explosión que produjo el rayo, empezaron a derramarse todas las semillas y las
plantas comes-tibles: el maíz, el cacao, el cacahuete, el frijol, el camote y
muchos otros alimentos que se siguen cultivando hoy.
Desde entonces los hombres aprendieron a cultivar y
siempre tuvieron para comer. Desde entonces, las hormigas coloradas son grandes
enemigas del hombre y tratan de robarle las cosechas de grano. Por cierto,
libran también sus batallas contra las sospechosas hormigas negras.
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