Translate

lunes, 25 de febrero de 2013

Nacimientos del sabio

Numerosos relatos hablan de sabios budistas que, de forma milagrosa, nacían de flores de loto, proeza que Padmasambhava logró dos veces en una única vida.

Cuando el rey Indrabodhi, de la ciudad hindú de Jatumati, perdió a su único hijo, convoco a todos los sacerdotes para que realizaran ofren­das a los dioses con el fin de lograr un nuevo heredero. En aquella épo­ca, sus tierras estaban asoladas por la hambruna y los sacrificios no sólo fracasaron a la hora de concederle un hijo con alguna de las quinientas esposas del rey, sino que dejaron a la gente sin nada que comer, con la única excepción de flores salvajes.
Indrabodhi decidió que la religión era una farsa y ordenó a los sacerdotes que destruyeran a sus deidades, hasta que tuvo una visión del Buda Amitabha en que le vaticinaba el nacimiento milagroso de un niño que podría adoptar. Entonces Amitabha proyecto un rayo de luz en el interior de un lago y una flor de loto apa­reció en la superficie, portando en el centro a Padmasambhava de un año de edad.
Cuando el pequeño se convirtió en un apuesto joven, acudió a Sahor para buscar a la primera de las cinco consortes que tenía predestinadas. Se trataba de la princesa Mandarava, a quien comenzó a visitar en secreto para enseñarle sus artes yóguicas. En cuanto su padre, el rey, las visitas clandestinas, arrojó a su hija a un foso de espinas y quemó vivo a Padmasambhava. Cuando volvió al lugar siete días des­pués, vio que la madera, que continuaba ardiendo, formaba un círculo alrededor de un lago con el halo de un arco iris. En el centro de dicho lago se encontraba una flor de loto que contenía un resplandeciente niño de ocho años de edad, atendido por ocho doncellas que se asemejaban a Mandarava.
El niño gritó:
-Rey diabólico, que pretendías quemar vivo al gran maestro del pasado, del presente y del futuro. El fuego no puede consumir el eterno cuerpo de la gloria.
Al reconocer que el niño era Padmasambhava, el rey le ofreció su reinado y a Mandarava como esposa.

0.087.4 anonimo (tibet)

Las once cabezas del sabio

Avalokiteshvara, el dios de la compasión, sabía que el Tíbet iba a ser el país más difícil de dominar. Sin embargo, se arrodilló ante Buda y prometió que no descansaría hasta haber iluminado a todos cuantos vivían en él.

Un día, Buda describió el Tíbet como el lugar que todos los budas anteriores habían fracasado en conquistar y, al decir esto, de su pecho emergió un rayo de luz blanca que alcanzó a Amitabha, el buda de la lujuria, de las ideas y de la luz infinita, quien interpretó tal gesto como una señal de que debía enviar a Avalokiteshvara.
Antes incluso de intentar conquistar el Tíbet, Avaloki­teshvara viajó por el infierno, el reino de los espíritus ham­brientos, los mundos de los animales y los humanos y el domi­nio de los dioses y los semi-dioses, sanando a su paso los distin­tos sufrimientos con los que se iba encontrando, pero, cuando por fin llegó a la Colina roja de Lhasa y miró por encima de la planicie, vio un lugar tan horrible como el peor infierno con el que se hubiera encontrado nunca: millones de almas sin cuer­po enturbiaban un lago, gritando sin cesar, al sufrir la agonía del calor, el frío, el hambre y la sed. Avalokiteshvara otorgó a cada alma un cuerpo sano y les enseñó a alcanzar la ilumina­ción, pero incluso después de todos sus esfuerzos, se dio cuenta de que había salvado a menos de una centésima parte de las criaturas del Tíbet Desesperado y agota­do como estaba, reventó en pedazos. Inmediatamente, acu­dió Amitabha para unir todos los fragmentos y le dijo al dios de la compasión que, dado que su cabeza se había dividido en diez trozos, tendría otros tantos ros­tros, incluido el suyo propio en la parte superior a modo de undécimo rostro, y, dado que su cuerpo había re­ventado en un millar de pedazos, tendría mil manos con las que poder librar al Tíbet de su sufrimiento.

0.087.4 anonimo (tibet)

La serpiente de agua azul

De acuerdo con este relato del rey y la serpiente de agua azul, sólo la sabiduría de Tonpa Shenrap pudo rescatar al soberano del poder sobrenatural de la serpiente.

Un hombre tan virtuoso y poderoso que los dioses conocían como «el elegido del mundo creado» se convirtió en el rey de su tierra. Un día apareció una serpiente azul, que, al poco tiempo despareció en un molino de agua. Trastornado por esa visión, el rey preguntó a un sa­cerdote y a un niño pequeño con poderes divinos para la adivina-ción qué significado podría tener. El sacerdote no estaba seguro y se negó a pronunciarse, pero el niño le dijo que debía arrojar joyas y medicinas al molino a modo de ofrendas para la serpiente.
Tiempo después, los reyes se encontraban arando junto al molino cuando apa­reció una marmota delante de ellos. El rey intentó matarla, pero el animal se escabu­lló delante de sus ojos. El sacerdote dijo entonces que el roedor era un dios y poco después, como castigo por la actuación del rey, la pareja real cayó enferma.
El sacerdote no pudo identificar al dios responsable, por lo que el monarca acudió a la doncella blanca del cielo. Ésta se lo consultó al rey del cielo, quien, al mirar en su espejo mágico vio que el arado de la tierra cercana al molino había enfurecido al klu, el rey de de los espíritus acuáticos, similares a las serpientes.
Sin embargo, el soberano del cielo no pudo sugerir una cura para la enfer­medad, y fue el niño pequeño quien finalmente pidió consejo a Tonpa Shenrap. El gran maestro contestó que el klu debía ser aplacado, y su salud restaurada, para que el rey y la reina pudieran mejorar.
Dijo que el klu podía ser tranquilizado si se le ofrecían pasteles con forma de pájaros, peces y otros animales, y éstos se crearon a partir de lana, plumas, seda, oro y turquesas. A su vez, el dios Garsa Tsanpo debía ser invocado tocando tambores y campanas. También debían ofrecerle bebida al klu, y el sacerdote tendría imitar a un dragón para convocar al espíritu, pero utilizar la voz de un cuco para convencerlo. Todo se llevó a cabo según sus instrucciones, y el rey y la reina se recuperaron.

0.087.4 anonimo (tibet)

La raza de cabeza negra

Los mitos tibetanos reservan a los seres humanos un humilde lugar en la jerarquía de la creación. De acuerdo con un relato bon muy popular, la creación de los tibetanos constituye sólo un pequeño elemento en la extensa explicación de los orígenes del universo.

La religión bon cuenta con nume­rosas leyendas acerca de la creación y todas ellas in­duyen determinados elementos comunes. La mayo­ría comienza con un vacío que reproduce su propia ma­teria que aún está por for­mar. El primer paso en el proceso era, con bastante fre­cuencia, la aparición de una luz que iluminaba la oscuridad rimordial. Porteriormente, el vacío producía un huevo o huevos, que, a su vez, daban a luz a los seres creadores.
Un relato describe cómo, tras surgir de la nada y engendrar dos resplandores independientes (cada uno de los cuales personificaba una faceta básica de la vida), uno fue brillante y paternal, y el otro apagado y mater­nal. Luego, cuando la conciencia se propagó, surgió el frío, se­guido de la helada y el relumbrante rocío, que se establecieron en un lago semejante a un espejo que se enrolló hasta formar un huevo.
De éste salieron dos aguilas: una recibió el nombre de Brillo intenso y la otra de Oscuridad atormen­tada. Cuando se aparearon tu­vieron tres huevos más: uno blanco, uno negro y otro mo­teado. El dios creador Sangpo Bumtri emergió del primero; del segundo surgió un arrogante y os­curo hombre, y del tercero nació un orador. Sangpo Bumtri creó entonces el mundo inhabitado.
En su mano derecha colocó oro y turquesa y, a con­tinuación, entonó una oración, al término de la cual apareció una montaña de esos mismos preciados materiales, que más tarde se convertiría en el mundo humano, con el cual se creó la raza de las personas de cabeza negra. En su mano izquierda colocó un mejillón y una piedra preciosa, y, al volver a orar, surgió una montaña de mejillones y un valle de piedras preciosas, de donde nacerían los espíritus celestiales. Frente a él colocó un cristal y una luz roja, que se convirtieron en el hogar de los animales del mundo.

0.087.4 anonimo (tibet)

La batalla por el monte kailasa

El monte Kailasa, situado en el oeste del Tíbet, es sagrado no sólo para los budistas, sino también para los hindúes y los seguidores de la doctrina bon. Cuando el santo budista Milarepa acudió allí por primera vez, se encontró con un mago bon que lo retó a ver quién se hacía con el control de la montaña.

Dzutrul Phuk, «la cueva de los milagros», era una de las cuevas favoritas de Milarepa para meditar, hasta el punto de que debía su nombre a un en­canto que había realizado en el lugar. Él y el cha­mán bon Naro Bonchung competían por ver quién iba a ser el primero en rodear la montaña. Milarepa se movía en el sentido de las agujas del reloj alrededor del pico (la tradicional vía bu­dista de rodear un lugar sagrado) mientras que Naro Bonchung bordeaba el monte en el sen-tido contrario.
Se cruzaron en Dzutrul Phuk, donde fueron sorprendidos por una tormenta, por lo que acorda­ron construir un refugio. Pero has­ta esto se convirtió en una competi­ción. Naro Bonchung partió las pie­dras con su magia, mientras que Mi­arepa perforó los agujeros con la mirada. En un intento por imitar al budista, los ojos de Naro Bonchung se le salieron de las cuencas y quedó temporalmente paralizado, de modo que Milarepa terminó el refugio y dejó las improntas de sus pies y de su cabeza sobre las piedras para que las fu­turas generaciones las adoraran. El derrota­do bonpo sabía que podía ser expulsado del monte Kailasa, pero imploró que se le concediera una posición de ventaja desde la que poder adorar el pico. Milarepa arrojó un puñado de nieve al aire, que cayó en el monte Bonri, situado al este, y entonces le entregó dicho lugar a Naro Bonchung.
Hasta nuestros días, los peregrinos budistas realizan el mismo recorrido en el sentido de las agujas del reloj que reco­rrió Milarepa en el monte Kailasa, y los seguidores de la fe bon siguen la ruta en el sentido contrario.

0.087.4 anonimo (tibet)

El robo de los caballos del rey

La primera misión de Tonpa Shenrap desde su propio reino hasta la región montañosa del Tíbet no consistió en extender la doctrina bon, la religión que él mismo había fundado, sino en acabar con los demonios que habían robado los caballos.

Shenrap tenía un gran enemigo, el dios de los demo­nios Khyapa Laring («mano larga penetrante»»), quien culpaba al gran maestro de haberle usurpado sus al­mas y de emplear oraciones para que se secaran los cuatro ríos del reino de los demonios. Un día, Khyapa de­cidió robar los caballos de Shenrap, los mejores del mundo, con la esperanza de que su pérdida lo distrajera de su tarea de salvar almas.
Para ello, envió siete de sus mejores jinetes diabólicos al reino de Shenrap, Wolmo Lungring, situado en la región de Tazig. Allí monta-ron sobre los animales, los golpearon sin pie­dad y se los llevaron a la fuerza al sureste del Tíbet.
Shenrap persiguió a los ladrones y, aunque los demo­nios arroja-ron sobre él una tormenta de nieve, un valle de fue­go, un océano, una tormenta de arena y una montaña en me­dio del camino, pudo superar todos los obstáculos con un solo movimiento de la mano. Mientras viajaba por el Tíbet, convir­tió a cientos de demonios y humanos a la fe bon, pero al com­probar el gran número de almas que necesitaban salvación, y que aún no estaban preparadas para aceptar la nueva octrina, prometió que, en las generaciones futuras, sus discípulos con­vertirían al mundo entero.
Cuando Shenrap encontró a sus caballos, éstos se en­contraban bajo la custodia de la madre de Khyapa y de cien de­monios con la apariencia de hermosas mujeres, que intentaron seducirlo, ofreciéndole a beber recipientes de oro que conte­nían veneno. Pero Shenrap lo transformó en medicina y a las mujeres en hechiceras, aunque parece que los animales entre tanto criaron, porque después de algunos siglos esa parte del Tíbet alcanzó merecida fama por la calidad de sus corceles.

0.087.4 anonimo (tibet)

El niño del arco iris

Los huevos cósmicos, los seres divinos y los rayos de luz nacen los unos de los otros de acuerdo con los mitos tibetanos. Sin embargo, en este relato, la cueva de una montaña se considera el huevo cósmico, el lugar en el que un niño celestial nació de la luz de un arco iris.

El rey de Zhangzhung y su esposa gozaban de un enorme poder y una gran prosperidad, pero no te­nían descendencia. Entre sus nu­merosas posesiones, había un elefante sa­bio que solía alejarse a las montañas. Un día, un mahout, o el cuidador de elefantes, siguió el rastro del animal y, tras una ardua caminata, se lo encontró embelesado escuchando una melodía que procedía de la cueva de Sala Bapug, situada en la ladera del monte Kailasa. El mahout informó de su descubri­miento al rey, quien realizó el prolongado y difícil viaje a las montañas en compañía de su esposa y de sus ministros. Ningu­no de ellos sabía decir si la hermosa melodía era un mensaje de los dioses o un seductor truco de parte de algún espíritu diabóli­co, por lo que el soberano ordenó a los habitantes que constru­yeran un camino entre las rocas que condujese a la montaña.
En el interior de la cueea. encontraron a un niño de ocho años que había nacido de la luz de un arco iris. Cuando el rey le preguntó de dónde venía, el pequeño contestó:
-Mi padre es el vacío y mi madre es el amanecer de la sabiduría. Procedo de lo que no se ha generado y me dirijo a lo no obstruido. Mi nombre es «el incorruptible al que se te ha concedido el don de la inmortalidad», y he venido por el bien de todos los seres vivos.
El rey quedó encantado y le rogó al niño que se convirtiera en su hijo adoptico. Entonces, el pe­queño bendijo al soberano y a su esposa y desapare­ció como un arco iris en el cielo. Sin embargo, al año siguiente, la reina dio a luz a Dranpa Namka, que era capaz de recordar sus quinientas vidas an­teriores, por lo que lo consideraron la encarnación de un inmortal.

0.087.4 anonimo (tibet)

Aliados por conveniencia

Los caballos, que una vez fueron los despreocupados pobladores del cielo, se encontraron con la violencia y con la muerte al descender al mundo que tenían debajo, por lo que se vieron obligados a llevar a cabo un pacto con los seres humanos.

Un día, tres potros bajaron del cielo en busca de alimento, al no encontrar hierba ni agua en los pastos celestes.
Tras posarse en el Tíbet, se separaron para ir a buscar tierra de pastoreo: el mayor se dirigió hacia las montañas del norte; el segundo fue a la meseta, mientras que el tercero descendió hacia un valle, en el que encontró corrien­tes de agua fresca y jugosa hierba. Al reunirse de vuelta en el cielo para relatar sus descubrimientos, los hermanos se­gundo y tercero esperaron en vano al mayor, hasta que al fi­nal cayeron en la cuenta de que tendrían que ir a buscarlo ellos mismos.
Tras escalar las colinas, encontraron una región gober­nada por un yak, que había corneado hasta la muerte al her­mano mayor por considerarlo un intruso. Consternados ante semejante pérdida, los dos potros más jóvenes lloraron su muerte, pero mientras que el hermano mediano se resignó a aceptarla, el más joven decidió vengarse. Consciente de que no podía contar con su hermano, descendió a la meseta y se intro­dujo en el mundo de los hombres. Los dioses le advirtieron que no lo hiciera (los hombres podrían capturarlo y amordazarlo con una brida), pero el potro estaba decidido y no lograron di­suadirlo.
En la primera comunidad a la que llegó, negoció un pacto con uno de sus miembros: si vengaba a su hermano, le prestaría sus servicios durante cien años, llevándolo a lo largo de su vida mortal y luego conduciéndolo al cielo cuando le lle­gara la muerte.
Tras aceptar dichas condiciones, el hombre se dirigió a las montañas; mató al mortífero yak y el caballo por fin fue vengado. Satisfecho por el cumplimiento del trato, el potro prestó sus servicios a su amo con lealtad, al igual que hicieran sus descendientes hasta nuestros días.

0.087.4 anonimo (tibet)

Unidos con los animales

Que un humano adoptara la forma de un animal a menudo indicaba que se iniciaba como chamán. En este relato del noroeste de Alaska, el alma de un habitante de Tikigaq, llamado Aquppak, vivió entre las ballenas durante un invierno completo y la experiencia le otorgó enormes poderes.

Un día de otoño. Aquppak se encontraba cami­nando por una playa desierta. Era la época de las ceremonias destinadas a las crecer la captu­ra de ballenas, en que las tallas de algunas per­sonas, ballenas a otras criaturas salían en procesión. Aquppak se encontró con un grupo de hombres que estaban a punto de botar un barco. El grupo lo invitó a unirse a ellos, pero cuando se negó, le robaron el alma. En realidad, no se trataba de huma­nos, sino que eran algunas de las tallas, que habían cobrado vida.
Los hombres se llevaron el alma de Aquppak al mar, al país de las ballenas, donde adquirió la forma de uno de estos gigantes­cos animales, y vivió entre ellas durante un invierno completo. Se enteró de que vigilaban a los pobladores de la costa de Alaska: esperarían hasta que los cazadores estuvieran preparados y, en­tonces, nadarían en dirección norte para encontrase con ellos.
Durante la primavera siguiente, el alma de Aquppak nadó en dirección norte junto con las ballenas hasta llegar a la región de Tikigaq. Cuando vio a sus parientes en un barco se ofreció a que lo capturaran con su arpón. Ellos se alegraron, ya que desconocían que la presa albergaba el alma de Ayuppak. Cuando llevaron la ballena a tierra firme y cortaron su carne, su alma quedó libre. Aquppak se recuperó y descubrió que tenía poderes chamánicos, y cuando se enteró de que los pobladores de Utqiagvik habían matado a su hermana, prometió vengarse adoptando la apariencia de un búho blanco como la nieve. Al invierno siguiente, el pueblo de Utqiagvik a un gran búho que merodeaba por su asentamiento como si fuera un espíritu furioso. Esa temporada, la caza no fue abundante y las pro-visio­nes de alimentos se estropearon, por lo que numerosos hombres y mujeres de Utqiavik, los asesinos de la hermana de Aquppak, mulleron de inanición.

0.085.4 anonimo (artico)

Los origenes del fuego y la muerte

Hubo un tiempo en el que el único sílex del mundo era propiedad de un oso, que lo guardaba celosamente. Sin embargo, el resto de los animales conspiraron para robar un pedazo e idearon un astuto plan tramado por el ratón.

Un día, el roedor le pidió al oso parte de su pelaje para construir una madriguera para su cría. Al oso te pareció bien, por lo que permitió que el joven y emprendedor padre husmeara en su pelaje. De repente, se dio cuenta de que el ratón había encon­trado el sílex que mantenía oculto bajo su cola, pero, antes de que pudiera reaccionar, el astuto roedor había lanzado su bo­tín a un zorro que aguardaba a un lado. Aunque salió a buscar­lo, no pudo atrapar al zorro, que empezó a partir el sílex en pedazos y a distribuirlos entre el resto de los animales.
Animado por su éxito, el zorro bajo al lago, rompió la superficie con una caña hueca y quedó maravillado cuando el aguase filtró a través del orificio.
-Qué maravilloso sería -dijo- si cuando las personas murieran y fueran enterradas pudieran volver a subir de la misma forma.
El oso, enfadado, arrojó una roca al agua, con lo que inte­rrumpió el ensueño del zorro: que él supiera, la muerte sólo po­día yacer allí como las piedras. Nuestras vidas se transformaron gracias al fuego, pero cuando llega la muerte, es para siempre.

0.085.4 anonimo (artico)

La tempestad domada

Las gentes que habitaban las tierras del norte se consideraban víctimas indefensas de los elementos. Este relato de un joven y emprendedor Nlaka'pamux de las tierras del río Thompson, en la Columbia Británica habla de un humano que decidió luchar contra ellos.

Se dice que en las tierras subárticas de la Columbia Británica hubo un tiempo en el que el viento aterror­izaba al mundo sin piedad. Ningún árbol estaba a salvo de sus estragos y ninguna tienda podía mon­tarse debido a sus gélidas ráfagas. De hecho, era imposible llevar a cabo ninguna actividad humana cuando el viento no lo de­seaba, y los indígenas, que nunca se habían planteado actuar de manera distinta, aceptaban su tiranía.
Sin embargo, un niño se había propuesto domar al viento. Una vez decidido, reflexionó sobre la mejor forma de llevar a cabo su misión. Cuando los cazadores de su tribu querían domar a una fiera salvaje, primero tendían trampas para capturarla, por lo que decidió colocar una serie de cepos en los territorios favoritos del viento, en los lugares más expuestos.
Consciente de sus esfuerzos, el ciento grito con sorna durante días hasta que, para su sorpresa, descubrió que se en­contraba atrapado. Se sacudió y aulló en un intento por esca­par, pero el chico lo recogió a toda prisa en una manta y se lo llevó triunfante para mostrárselo a su pueblo.
Cuando les habló acerca de su éxito, sus vecinos se bur­laron con desdén, negándose a creer su historia, pero quedaron impresionados cuando soltó un extremo de la manta y una in­tensa ráfaga de aire salió de ella. Tras volver a capturar el viento en la manta, acordó liberarlo con la condición de que se aplaca­ra, y al viento no le quedó otra alternativa que aceptar, aunque incluso así insistió en que, en ocasiones, se sentiría obligado a desencadenar una tormenta. Al considerar justa su demanda, el niño se devanó los sesos para encontrar la forma de conce­derle la libertad que tanto ansiaba, limitando al mismo tiempo el daño que podía causar a su pueblo. Por fin, ambos llegaron a un acuerdo: siempre que se avecinara una tempestad, el vien­to teñiría de rojo el cielo para advertir de su inminente llegada.

0.085.4 anonimo (artico)

La señora del fuego

En los territorios helados del norte, el fuego era un elemento que inspiraba sumo respeto. Un mito de la comunidad Selkup de Siberia cuenta la historia de una mujer que trató con desdén a su chimenea, y acabó pagandolo caro.

Una tarde, una joven madre estaba acunando a su bebé junto al fuego cuando una chispa saltó de las llamas y alcanzó al indefenso niño, que gritó de dolor. La mujer comenzó a maldecir al fuego y, tras tumbar al bebé, agarró un hacha y golpeó los troncos que ardían. Luego sofoco las brasas con agua hasta que no quedo ni rastro del fuego.
-Se lo tenía merecido -dijo- por hacerle daño a mi niño.
Sin embargo, ahora su tienda estaba fría y oscura. Incapaz de re-avivar el fuego, fue a pedirle un poco a sus pa­rientes, pero, en cada tienda a la que acudía el fuego, par­padeaba y se extinguía. Muy pronto el pueblo entero quedó frío y a oscuras.
Todo el mundo estaba furioso con la joven madre, y una anciana decidió acudir a su tienda para averiguar qué había podido hacer para entristecer tanto a la Señora del Fuego. Una vez dentro, restregó unos palos de madera sin éxito, pero del débil brillo que logro crearse pudo oír una voz:
-El género humano al completo -dijo la Señora de Fuego, se verá privado del fuego por la falta de respeto de esta joven.
Dijo también que lo único que le haría cambiar de idea sería que la mujer pagara su sacrilegio sacrificando a su único hijo, pues de su agonizante corazón se prendería la lla­ma que habría de salvar a la humanidad. Llorando, la madre entregó a su querido hijo. La Señora del Fuego se alzó en una elevada llama y se llevó al niño al cielo, a ninguno de los dos volvieron a ser vistos nunca más. La joven madre lloro amar­gamente la muerte de su hijo, pero en el campamento y en el resto del mundo, hombres y mujeres suspiraron de alivio cuando todos los fuegos se volvieron a avivar.

0.085.4 anonimo (artico)

La llegada del canto a los samis

Según una leyenda del pueblo sami de Laponia, la bondadosa hija del sol le otorgó el dulce don de la música. Sin embargo, su generosidad fue desperdiciada por algunos miembros de la tribu.

El pueblo sami afirma que el arte del canto fue un regalo de Akanidi, la hija del sol, quien durante sus viajes diarios por los cielos observó que las personas que habitaban más abajo parecían apáticas y tristes, por lo que pidió permiso a su padre para visitarlas. Fue a casa de una pa­reja de ancianos que no tenían hi­jos que vivía en una isla del lago. El matrimonio la trato como si fuera su propia hija, pero le dijeron que sólo le permitirían mezclarse con otras personas una vez que al­canzara la madurez.
Cuando fue lo bastante mayor, estuvo vagando por el mundo y logró cosas maravillosas. Concedía a todas las personas con las que se encontraba la dicha del canto y de la danza, y les enseñó también a confeccionar los coloridos trajes por los que los lapones se hicieron famosos des­de entonces.
Sin embargo, no todo el mundo estaba satisfecho con sus regalos. Los más ancianos de la tribu no deseaban tener nada que ver con todas aquellas novedades, y lo único que les interesaba eran las piedras precio­sas que creaba de manera mágica para adornar chaquetas y faldas, ya que podían intercambiarlas por mercancías de gran valor.
Cuando Akanidi cayó en la cuenta de su acaricia, se negó a concederles nada más, por lo que el más anciano conspiró para asesinarla. Consciente de que es­taba protegida por el sol, acudieron a pedir consejo a una astuta bruja lla­mada Oadz, quien sugirió que blo­quearan la chimenea de la tienda de Akanidi para que el sol no pudiera ver cómo la golpeaban hasta morir.
Pero los asesinos, con las prisas, no bloquearon la chimenea del todo, de manera que, cuando golperaron a Akanidi, ésta no murió, sino que se desvaneció. Entonces, entonó un último cántico, salió flotando hacia arriba como el humo del fuego y, por último, desapareció para siem­pre jamás.
Sin embargo, continúa mirando desde el cielo, y cada vez que ve a gente cantar, sonríe, pues le recuerda que no rea­lizó su viaje en vano.

0.085.4 anonimo (artico)

La chica que se caso con un perro

Hubo una vez una chica joven que rechazaba a todos sus pretendientes. Furioso ante semejante tozudez, un día su padre le dijo gritando: «Si no hay ningún hombre lo suficientemente bueno para ti, ¿par qué no te casas con un perro?».

Al día siguiente, llego un nuevo pretendiente al campamento y la chica observó que llevaba un extraño amuleto de zarpas de perro. Pero, en esta ocasión, su padre no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta, por lo que la joven acordó irse a vivir con el extranjero a una isla situada frente a una costa cer­cana. Sin embargo, pronto cayó en la cuenta de que, en reali­dad, su marido se trataba de un perro que podía adoptar apa­riencia humana. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando, después de quedar encinta, parió una camada de cinco bebés humanos y cinco cachorros.
Al ser un perro, su esposo no salía a cazar para proporcionarles alimento a ella y a su prole, sino que, por el contrario, nadaba por el estrecho para recoger los fardos de carne que el padre de la joven le enviaba. Sin embargo, al final, el anciano se canso y colocó va­rias piedras junto a la carne, y el fardo pesó tanto que el perro se hundió y murió ahogado.
La chica ya no disponía de nadie que la ayudara y, como culpaba a su padre de sus desgracias, le lanzó a sus hijos canes la siguiente vez que acudió a visitarla, y lo atacaron con tal ímpetu que el anciano murió. Abandonada, con diez bocas hambrientas a las que ali­mentar y sin encontrar alimento, decidió que tendría que enviar a sus hijos al mundo exterior para que se las arreglaran por sí solos. Y así, mediante magia, trans­formó sus botas en barcos y los despachó a los diez, que se convirtieron en los antepasados de los pobladores nativos de Norteamérica y de la población blanca.

0.085.4 anonimo (artico)

La casa de los cadaveres

La inanición y el frío constituían una constante amenaza para quienes moraban en el lejano norte. Esta leyenda, que se ha transmitido desde los primeros tiempos de Groenlandia, ilustra el temor que la constante amenaza de una muerte inesperada podía provocar en aquellos que vivían en las comunidades aisladas.

El hecho de vivir en el límite del mundo inhabita­ble hacía que la minoría de los esquimales crecie­ran familiarizados con trágicos relatos, muchos de los cuales hacían referencia a desastres de la vida real que habían sufrido sus comunidades en el pasado o que les habían sucedido a antepasados fallecidos hacía ya mucho tiempo, ya que la memoria popular de tales sucesos se conservaba durante siglos. Sin embargo, como si quisieran armarse de valor para lo peor, les gustaban las historias de te­rror, ya fueran inspiradas en la imaginación o en la cruda reali­dad de sus vidas.
Una de ellas tiene como protagonista a un chamán de Qeqertarsuaq, una isla situada frente a lo que hoy en día es la base aérea de Thule, que partió un día en su trineo para visitar a su hermana casada. Estaba a punto de llegar a su casa cuan­do sus perros se detuvieron de repente y se negaron a seguir. Tras aproximarse a pie a la tienda, aparentemente desierta, miró por la ventana y, vio con horror que toda la familia había muerto congelada.
Una única ocupante mostraba signos de estar viva: su hermana. Cuando ésta lo vio, no pareció reconocerlo y se balanzó sobre él, abriendo y cerrando la boca con avidez. El chaman huyó aterrorizado a su trineo, pero los perros conti­nuaban negándose a moverse; sólo cuando se aproximó el espectro, con las mandíbulas abiertas para devorar al hombre y a los perros, los animales se pusieron en movimiento y no se detuvieron hasta llegar a la seguridad del hogar.
Más tarde, el chamán hizo que su alma viajara para ave­riguar el motivo de la tragedia, y entonces descubrió que toda la familia había muerto de miedo debido a una aparición pre­monitoria: la visión de la piel mudada de un kayak en el que se transportaba un cadáver a su tumba.

0.085.4 anonimo (artico)

kukiaq y la luna

El chamán ártico era un vínculo entre la comunidad y el mundo espiritual. Un relato acerca de un esquimal Netsilik del noreste de Canadá narra cómo en una ocasión un chamán viajó al reino celestial, donde se encontró con los espíritus del sol y de la luna.

Una tarde, un chamán llamado kukiaq esperaba con paciencia junto al orificio de ventilación de una foca con la esperanza de capturar a alguna presa. La tierra, el mar y el aire estaban congelados y, en silencio, miró a la enorme Luna que flotaba en el cielo.
Mientras permanecía de pie mirándola fijamente, la Luna se fue acercando, arrastrándose por el cielo de la noche hasta colocarse justo encima de él. Luego adquirió la forma de un hombre alto y de facciones adustas que iba montado so­bre un trineo construido con mandíbulas de ballena y que iba tirado por perros. Siguiendo las órdenes de la Luna, Kukiaq se sentó en el trineo, cerró los ojos y voló por el cielo salpicado de estrellas.
Mas tarde, oyó el crujido del trineo sobre la nieve abrió los ojos. Para su sorpresa, se encontró en una aldea atestada de gente, en la que vio a varios amigos que habían muerto hacía ya mucho tiempo, quienes le dieron palmadas en el hombro en señal de bienvenida. Así supo que se encontraba en el país celestial de la muerte, a gran distancia por encima de la Tierra.
El hombre-Luna mostró a Kukiaq las iluminadas venta­nas de su hogar y lo invitó a entrar. Durante un momento, Ku­kiaq palideció, pues los muros del camino de entrada y de la casa se movían de fuera hacia adentro con un movimiento te­rrorífico. En la entrada había un fiero perro, pero Kukiaq sa­bía que, si demostraba no tener miedo, no sufriría ningún daño.
En el interior se encontró con una hermosa mujer que estaba amamantando a su bebé, y junto a ella había una lámpara con tal intensidad que quemó la tirilla del cuello de kukiaq: aquella mujer, comprendió, era el mismo Sol. Dio la bienvenida al chamán y le dejo sitio para que se sen­tara junto a ella en el banco. Kukiaq deseaba quedarse, pero era lo suficientemente listo como para saber que, si se sen­taba jumo a ella, nunca encontraría el camino de vuelta a la Tierra.
Escapó corriendo de la casa de la Luna y, después de una larga caída, se encontró de pie sobre el hielo junto al mismo orificio del que había partido momentos antes.

0.085.4 anonimo (artico)

El porque del color negro del cuervo

La historia de cómo el cuervo, un agudo embaucador de las regiones árticas, adquirió su característico color negro presenta diferentes versiones. La que se muestra a continuación procede del sureste de Groenlandia.

Según cuentan los más ancianos, hubo un tiempo en el que todos los pájaros eran blancos y podían ha­blar, al igual que hacemos los humanos hoy en día. Un día, el cuervo y el gran colimbo del norte se posaron en las elevadas rocas de la costa de Groenlandia y co­men-zaron a hablar acerca de sus colores.
El colimbo se quejaba de que su brillante a blanco plumaje le hacía difícil aproximarse a sus presas sin ser visto, y el cuervo sugirió que podían resolver el problema pin­tándose las plumas el uno al otro. idea que fue muy bien recibida por el colimbo.
El cuervo fue el primero. Mien­tras el colimbo permanecía comple-ta­mente inmóvil y con los ojos cerrados, le tiñó de negro el plumaje, dejando sólo es­casas motas de su color original. El cuervo se alejó volando unos metros para ver el dibujo desde lejos y pensó que había quedado bien. Luego le dijo al colimbo que se mirara, y éste quedó muy satisfecho con su nuevo plumaje. A continuación, el cuervo se quedó completamente inmóvil mientras el colimbo le pintaba las plumas.
Éste había quedado tan satisfecho del dibujo de sus pro­pias plumas que copio el diseño. Pero cuando el cuervo vio el resultado, no le pareció nada del otro mundo y rechazó el tra­bajo por burdo y poco atractivo. Durante un momento, el co­limbo perdió los nervios y cubrió al cuervo de pies a cabeza con un negro intenso y brillante, que no hizo sino aumentar su ra­bia. Luego, el cuervo se alejó volando, graznando con furia, Después de aquello, no volvió a codearse con el colimbo y, has­ta nuestros días, ha conservado su color negro y brillante.

0.085.4 anonimo (artico)

El pariente que fue lobo

En tanto que temible cazador de la tundra y pariente del perro doméstico, la imagen del lobo entre los esquimales era ambivalente. Son muchos los mitos que narran la historia del hombre que salió a cazar en los primeros tiempos del mundo y que fue ayudado por un lobo que era su cuñado.

Eran tiempos difíciles y el hombre comprobó que es­taba colocando sus cepos en vano, pero las trampas eran las únicas armas de las que disponía en aque­llos días en los que aún no existían el arco ni las flechas. Día tras día, recorría la profunda nieve para compro­barlos, avanzando lenta y dolotosamente, ya que nadie había inventado todavía el calzado para la nieve. El recuerdo de sus hambrientos hijos y esposa, víctimas del frío y la desdicha en el hogar, lo animaban a continuar, pero la desesperación estaba minando poco a poco su deseo de seguir adelante.
De repente, se encontró con una hoguera, al lado de la cual vio a un extraño que vigilaba un estofado. «Es Lobo», dijo el hombre, y en realidad se trataba del cuñado del cazador. La fogata y el alimento eran, para él, su apreciado pariente; había varios caribúes que había matado para alimentar y vestir a la familia de su her­mana. También algunos zapatos para la nieve de modo que su camino de vuelta a casa fuera más fácil. Sin embargo, el mejor regalo de todos fue el arco y la flecha, pues ahora podía cazar no sólo conejos, sino también presas de ma­yor tamaño, como alces y caribúes.
Lleno de júbilo, el hombre le dio las gracias a Lobo por su generosidad, y juntos rieron hasta bien entrada la noche. Pero el cazador se quedó dor­mido. Al despertarse, pudo comprobar que una silueta oscura se alejaba en­tre la bruma de la mañana: era su be­nefactor y cuñado, ¡un lobo auténtico!

0.085.4 anonimo (artico)

El niño arrebatado por los lobos

Al depender de los animales para comer y vestir, los pobladores del Ártico desarrollaron una estrecha relación con las presas que cazaban. Numerosas historias conmemoran esta coexistencia en armonía; sin embargo, el siguiente relato muestra lo que podía suceder cuando la relación no era buena.

Una pareja de felices esquimales tenía un bebé varón. Sin embargo, era tan hermoso que los envidiosos lobos decidieron arrebatárselo a sus padres. Y así, una tarde, un lobo se despojó de su pelaje y se aproximó a la pareja de esquimales con la apariencia de un hombre desnudo. Cuando la esposa lo vio, el lobo sugirió que ellos también debían quitarse la ropa. Entonó un extra­ño cántico y, antes de darse cuenta, ya estaban desnudos y danzando. Sin em-bargo, el lobo detuvo su hechizo de iepeo­te y recuperaron la concien-cia sobresaltados: la esposa del lobo había tomado al niño en sus brazos y se disponía a lle­várselo.
Tras observar cómo se alejaba el gran lobo gris, la ho­rrorizada pareja fue en busca de su hijo y, al ver la cuna va­cía, entendieron lo sucedido.
Dispuestos a seguir el rastro de los secuestradores, to­maron cada uno un arco para abatir al lobo y a la loba lo antes posible y, de este modo, garantizar la seguridad de su hijo. Estu­vieron todo el día buscando hasta que, de repente, llegaron a un roco­so barranco en el que unos lobos jugaban con su pequeño «lobato». Tras esperar a que la extraña familia se durmiese, el hombre y la mujer arrojaron sus flechas. Los dos lobos murieron, pero también el niño que dormía: la loba lo tenía agarrado con tanto amor que una única flecha había atravesado los cuerpos de ambos. Compungidos, los padres se llevaron a casa a su niño fallecido para enterrarlo.

0.085.4 anonimo (artico)

El devorador de puercoespines

Una de las características de la vida ártica es que se compartían muchas cosas, lo que garantizaba que todo el mundo tuviera una economía similar. Así, siempre que alguien se hacía rico, celebraba un espléndido banquete, o potlatch, en el que entregaban obsequios.

En una cultura en que la generosidad era una virtud tan importante, la acaricia era un vicio punible, tal como descubrió un egoísta habitante de Alaska. Este hombre, que tenía dos esposas, se cansó de compartir las pre­sas que había cazado junto a sus compañeros v comenzó a comerse algunas de las mejores antes de llevar a casa la caza del día.
En concreto, sentía especial predilección por la capa de grasa que mantenía a los puercoespines hembra calientes durante el prolongado invierno; sin embargo, no era consciente de que una de sus esposas te­nía poderes chamánicos que le permitían saber exactamente lo que hacía en el bosque cuando estaba a solas. Y resultó que el espíritu que ayudaba a su esposa era un puercoespín.
Como consecuencia, la siguiente vez que el ca­zador se disponía a comer uno de sus refrigerios secretos, la esposa recurrió a su magia para que las mandíbulas del puercoespín muerto se­llaran sus labios y, de ese modo, no pudie­ra comer nada. Por más que lo intentó, el avaricioso cazador no pudo deshacer­se del animal. Su esposa se ablandó y soltó la mandíbula del puercoespín, no sin que antes su esposo pro­metiera, con los dientes apretados, que nunca más volvería a ser tan egoísta.

0.085.4 anonimo (artico)

La rata y el murcielago

A diferencia de los habitantes de otros lugares de la Polinesia, cuyos mitos giran sobre todo en torno al mar, los pueblos de Tonga y Samoa tienen también cuentos acerca de mamíferos terrestres, entre ellos, el de la rata que engaña al murciélago de Samoa.

A lo largo de los siglos, las ratas fueron poblando todas las islas polinesias de mayor tamaño. En algunas ocasiones, eran los viajeros, que se tras­ladaban en balsa en busca de un nuevo hogar, los que las transportaban de forma deliberada, ya que en una isla en la que escaseara la carne podían servir de alimento.
A pesar de que Tonga y Samoa no contaban con una variedad de criaturas mayor que otros lugares, con la única excepción de las relativamente áridas islas Chatham, su presencia mitológica es un reflejo del lejano recuerdo de la vida en el continente.
Un relato, que advierte del peligro de ser demasiado confiado con los amigos, cuenta cómo en tiempos primigenios, antes de que se forjaran las identidades de los animales, la rata y el murciélago de Samoa se inter-cambiaron los papeles. La primera sentía envidia de las alas del murciélago e ideó una es­tratagema para lograrlas. Tras observar a su compañero para averiguar qué frutos le gustaban más, se colocó debajo de un castaño tahitiano y, cuando el murciélago se aproximó para comer, le preguntó por qué utilizaba sin permiso sus provi­siones. Tras negarse a aceptar disculpas, la rata le dijo que no era necesario disculparse y que podían llegar a ser amigos: en señal de amistad, le permitiría comer del árbol a cambio de to­mar prestadas sus alas para poder volar.
El murciélago le entregó sus alas a regañadientes, no sin antes advertirle que no tardara mucho en devolverlas. La rata entonces le entregó sus patas y el rabo para que cuidara de ellos, y luego ascendió al cielo para no ser vista nunca más. De ahí que, siempre que un guerrero de Samoa engaña a otro, alguien dice:
-Pero ¿no conocías la historia acerca de la amistad entre la rata el murciélago?

0.086.4 anonimo (samoa y tonga)

El don no deseado del sol

El respeto reverencial que inspiraban las fuerzas elementales ha generado infinidad de mitos en todo el mundo, y la Polinesia no es una excepción. Este relato de Tonga cuenta el devastador legado de la unión entre el dios del sol y una mortal.

Un día, mientras cruzaba los cielos, el Sol observo a una hermosa mujer, medio desnuda, que se encontraba pescando. Al sen­tirse de inmediato atraído hacia ella, decidió abordarla bajo la apariencia de un humano y, nueve meses más tarde, la mujer engendró a un hijo, Sisimatailaa. Con el tiempo, se convirtió en un apuesto joven y, cuando le llegó la hora de contraer matrimonio, no tuvo problemas en encontrar una novia. Sin embargo, deseaba que su padre bendijera su unión y, siguiendo los consejos de su madre, subió a la cima de la montaña más alta de la isla, con la intención de pedir permiso al Sol para contraer ma­trimonio.
Su llamamiento obtuvo respuesta y del cielo cayeron dos fardos acom­pañados de una advertencia: sólo uno podía abrirse, mientras que el otro debía permanecer intacto. Volvió a su casa con los paquetes y, al desenvolver el pri­mero, encontró un tesoro de oro y plata.
Vigiló atentamente el otro fardo para garantizar que se cumplían las instrucciones del dios. Pero un día, al cabo de varios meses, él y su espesa deci­dieron salir juntos a pescar y, debido al calor de la tarde, el joven se quedó dormido.
Mientras dormiaba, su mujer, llevada por la curiosidad, se dirigió al misterioso paquete. Al igual que su homóloga griega, Pandora, sintió un enor­me deseo por conocer su contenido. Pero las consecuencias de su extremada curiosidad demostraron ser igual de funestas: al abrir el fardo, desencadenó tormentas y tempestades por todo el mundo, y tanto ella como su esposo fue­ron las primeras víctimas, cuando un inmisericorde viento volcó su embarca­ción y los envió a una tumba bajo las olas.

0.086.4 anonimo (samoa y tonga)

Medusa y perseo

En el tiempo de los dioses y los héroes, hace mucho, vivían en la región del monte Atlas unas hermanas espantosas, conocidas con el nombre de Gorgonas. Las más terribles de ellas se llamaban Medusa. De la cabeza de Medusa, en lugar de cabellos, salían culebras vivas. Y cuando Medusa veía cara a cara a un hombre, a un perro, a un ser vivo, el hombre y el perro y el ser vivo quedaban convertidos instantáneamente en estatuas de piedra.  
A lo largo de los años, muchos héroes valientes y bien armados habían venido a la región del monte Atlas para matar a Medusa. Ninguno había podido matarlo. Por todas partes se veían guerreros y más guerreros, en actitudes diversas, pero inmóviles y tiesos porque eran ya estatuas.
Entonces vino Perseo, hijo del dios Júpiter. Perseo sabía qué peligrosos eran los ojos de Medusa, pero venía muy bien preparado. Tenía una espada encorvada, filosísima, regalo del dios Mercurio, Tenía un escudo muy fuerte, hecho de bronce, liso como un espejo. Y tenía también unas alas que volaban solas cada vez que él se las acomodaba en los talones.
Llegó, pues, volando. Pero en vez de lanzarse contra Medusa, se quedó algo lejos, sin preocuparse más que de una cosa: no mirarla nunca cara a cara, no verla a los ojos por ningún motivo. Y como era necesario espiarla todo el tiempo, usó el escudo de bronce como espejo, y en él observaba lo que ella hacía.
Medusa iba de un lado para otro, esforzándose en asustar a Perseo, Gritaba cosas espantosas, y las culebras de su cabeza se movían y silbaban con furia. Pero nunca consiguió que Perseo la viera directamente. Cansada al fin, Medusa se fue quedando dormida. Sus ojos terribles se cerraron, y poco a poco se durmieron también sus culebras. Entonces se acercó Perseo sin ruido, empuñó la espada y de un solo tajo le cortó la cabeza. Durante toda su vida conservó Perseo la cabeza de Medusa, que varias veces le sirvió para convertir en piedra a sus enemigos.

0.999.4 anonimo mitos



El origen del río amazonas

Hace mucho tiempo, cuando los hombres podían hablar con los animales, vivían en la selva dos hermanos mellizos con sus abuelos. Sus padres habían sido atacados por gente de una tribu enemiga y murieron, dejando solos a los pequeños.
En aquel tiempo, el agua escaseaba en la selva, pues todavía no existían ni ríos ni arroyos, ni lagunas ni quebradas. Apenas llovía. Solo el abuelo sabía de dónde extraer el agua y a nadie le decía el secreto.
Cada mañana, los dos hermanos mellizos acarreaban el agua hasta la casa. Un día, hartos de cargarla siempre, decidieron averiguar dónde estaba escondida la fuente y gastarle una broma al abuelo.
Uno de los hermanos se transformó en picaflor[1] y voló cerca del abuelo cuando este se fue a bañar. Descubrió entonces que un gran chorro de agua brotaba del interior del lupuna, que es un gigantesco árbol muy frondoso.
Cuando supieron el secreto, los dos hermanos reunieron a los animales roedores, como ardillas, conejos, ratones y pacas, y a las aves pica-maderas, como el pájaro carpintero, para que les ayudaran a talar la lupuna.
Después de un día de trabajo, cuando ya faltaba poco para que la lupuna cayese, decidieron dejarlo hasta el día siguiente. Pero al regresar a la mañana siguiente, encontraron el árbol seco y entero.
El segundo día sucedió lo mismo. Y el tercero también. El árbol casi talado aparecía siempre entero al amanecer, como si no le hubieran hecho nada.
Así que espiaron de nuevo al abuelo y descubrieron que, por las noches, curaba a la lupuna y la dejaba como nueva. Entonces, otro día, cuando de nuevo la lupuna estaba casi talada, uno de los mellizos se convirtió en alacrán y picó al abuelo en el dedo gordo del pie. En ese momento, el gigantesco árbol cayó con un gran estruendo al suelo y retumbó toda la selva.
Al desplomarse la lupuna, comenzó a brotar allí mismo una gran cantidad de agua. El tronco se convirtió en el río Amazonas y sus numerosas ramas se convirtieron en afluentes, riachuelos y quebradas. Las hojas y las espinas del árbol se transformaron en diferentes peces: primero, nacieron los paiches, después, las palometas y, más tarde, los motas, gamitanas, zúngaros, boquichicos y otros pescados que gustan mucho a los niños de hoy.
Y así es como lo cuentan.

0.072.4 anonimo (peru-amazonas-yagua)






[1] Picaflor: colibrí.

La leyenda del cóndor jipiña

Pues cuentan que hace mucho tiempo un cacique[1] sabio gobernaba la ciudad de Corocoro con justicia y bondad. El anciano tenía dos hijos, un varón, que había heredado la prudencia y sabiduría del padre, y una muchacha, bella como nadie. Un día llegó un extranjero hasta la casa del cacique. venía, según aseguró, de tierras lejanas y quería pedir la mano de la hija. El muchacho era fuerte y hermoso, y esperaba ser aceptado.
El cacique, sin embargo, le respondió de esta manera:
-Hermoso joven, tu petición me honra, pero eres un perfecto desconocido. Nada sabemos de ti ni de tu pueblo. ¿Puedes mostrar alguna prenda de tu origen?
Al muchacho, que no esperaba esta respuesta, las palabras del anciano le hirieron profundamente. Calló y, en silencio, abandonó el lugar sin que nadie en Corocoro se diera cuenta.
Pasó algún tiempo, y la historia del pretendiente de la hija del cacique se había olvidado. La muchacha estaba enamorada de un joven y con él subía hasta el cerro a charlar y a contemplar el paisaje. Un día de los que subieron, se dieron cuenta de que un cóndor volaba por encima de ellos y les observaba desde la distancia. Como el cóndor no se iba y volaba alrededor de ellos, la muchacha se asustó. Su enamorado le contestó:
-No te inquietes, mañana regresaremos con mi honda, y si aún está por aquí, le espantaré.
Al día siguiente, los jóvenes volvieron a subir al cerro, y al aparecer el ave, el muchacho hizo vibrar su honda y la lanzó con fuerza y precisión hacia el cóndor. Dentro había una piedra de oro. El cóndor recibió un impacto en el pecho y, volando como pudo, llegó hasta una roca donde se posó, moribundo. Wiracocha, dios de los dioses, lo transformó en roca.
Algún tiempo después, llegaron a Corocoro emisarios del imperio vecino: buscaban al príncipe Kuntur Mallku, que había salido de viaje por diferentes ciudades para buscar esposa y nunca había regresado.
Cuando llegaron donde el cacique, este les explicó que sí había pasado por allí, pero que, al no poder dar ninguna prenda de su procedencia, se había marchado.
Los hombres le contaron entonces que Kuntur Mallku era el único humano con el poder extraordinario de transformarse en cóndor. La hija, que estaba escuchando junto a su padre, al darse cuenta de lo ocurrido, se desmayó y vivió el resto de sus días con tristeza.
Al lugar donde el cóndor se transformó en piedra le llaman desde entonces «cóndor Jipiña» y, en aimara, esto significa `donde hace nido el cóndor'.

0.068.4 anonimo (bolivia-aymara)




[1] Cacique: señor de vasallos o jefe guerrero en alguna provincia o pueblo indios.

Cómo se hizo el invierno

Pues cuentan los tehuelches que cuando el héroe Elal vivía al sur del país, en la Patagonia, todas las cosas estaban aún sin terminar. Elal, con sus poderes mágicos, era el que se ocupaba de acabarlas.
Como entonces no había estaciones del año, uno de los asuntos urgentes era arreglar el clima. Nunca se sabía cuándo iba a hacer calor y cuándo frío, o cuándo iba a nevar o si el sol brillaría todo el día. La vida era muy complicada de esa manera.
Así que Elal comenzó por el invierno porque, cuando hace frío en la Patagonia, sopla el viento y el hielo se apodera de todo y buscar comida resulta más difícil. Como era su costumbre, convocó a todos los animales para tomar las decisiones correctas. Enseguida llegaron el puma, el choique, que ahora todos conocen como ñandú, la mara, que es como una liebre, el gato, el zorro, los pájaros, el armadillo, la tortuga, el guanaco[1], y todos los insectos pequeños, como la cucaracha y las hormigas. Como eran muchos y todos querían dar su opinión, la discusión se alargó demasiado, y Elal se dio cuenta de que no llegaban a ninguna parte. Así que les dijo que él se retiraba mientras ellos seguían hablando del tema y que después le dijeran lo que querían hacer.
Al principio todos estaban de acuerdo en tener un invierno de tres meses, pero el choique dijo que era mejor que fuera de doce. Aquí se armó un gran alboroto, pues nadie entendía la razón por la que el choique quería un invierno eterno. Le suplicaron que recapacitara, que con tanta nieve y frío no iban a encontrar alimento, que les faltaría el sol, que... Pero choique seguía en sus trece. La mara, que en aquel tiempo tenía una cola larguísima, se enfadó y, viendo que choique no entraba en razones, corrió todo lo que pudo hasta Elal. Este le preguntó:
-¿Ya decidieron de cuántos meses quieren el invierno?
-¡De tres! -gritó la mara.
-Pues tres serán. Y se acabó el tema, que tengo mucho que hacer.
El choique, cuando se dio cuenta de lo que había hecho la mara, se puso furioso y la persiguió para darle un buen pisotón. Como los dos corren muy bien, siempre estaban a la misma distancia, hasta que en un despiste, la mara giró para entrar en su cueva. Cuando ya casi estaba llegando, el choique estiró una de sus largas piernas y le pisó la cola.
La mara tiró y tiró, hasta que al final se le cortó y se libró de esta manera del castigo.
Y desde entonces, las matas no tienen rabo y el invierno dura tres meses.

0.015.4 anonimo (argentina-tehuelche)



[1] Guanaco: animal parecido al camello, pero más pequeño y sin jorobas.