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domingo, 7 de octubre de 2012

Freyr y el amor

Gerd era la personificación de los trigales. Retenida en las garras de los gigantes, era incapaz de prosperar y necesitaba la ayuda de Freyr, el dios de la fertilidad, para liberarse de su gélido encierro.

Un día, Freyr se sentó en el trono de Odín, prerrogativa que estaba prohibida para el resto de los dioses, para contem­plar el universo. Al rato se marchó muy afligido, pues se había enamorado de una hermosa mujer.
Se trataba de Gerd, la hija de dos gigantes que la habían recluido en una morada en las montañas, situada al norte. Se decía que cuando la joven alzaba sus brazos, todos los mundos se iluminaban con su belleza.
Freyr se encerró en sí mismo y nadie se atrevía acercarse a él. Un día, su padre, Njord, pidió al esclavo de Freyr, Skirnir, que representaba al sol, que intentara averiguar el origen de la tristeza de su hijo.
Freyr le confesó entonces a Skirnir que se hahía enamorado de Gerd:
-Y si no logro hacerla mi esposa, me temo que no podré seguir viviendo. Debes pedirle que se case conmigo y traerla de vuelta, esté o no su padre de acuerdo. Te premiaré con una gran recompensa. -Skirnir le pidió su magnífica espada, que luchaba por sí misma, y el dios de la fertilidad se la entregó sin dudarlo.
El esclavo de Freyr viajó hacia la morada de Gerd, pero, al llegar allí, vio que la joven se mostraba reacia a casarse con Freyr. Al principio, Skirnir le ofreció las manzanas de oro de la eterna juventud y el anillo de oro de Odín, pero eso no la hizo cambiar de opinión. Skirnir entonces la amena­zó con recurrir a la violencia, pero Gerd continuó negándose a casarse con Freyr. Finalmente, el enviado de este último le advirtió que podría emplear un hechizo y la ira de los dioses. En ese momento, Gerd cedió, y prometió acudir a Asgard después de nueve noches.
Cuando Skirnir volvió con la noticia, Freyr pensó que no podría so­brevivir tanto tiempo sin su amada, pero lo logró, y Freyr y Gerd se casaron.

0.079. anonimo (vikingo)

El triunfo de wolfdietrich

El relato germánico de Wolfdietrich constituye una leyenda heroica clásica, que incluye una infancia rebelde, una matanza de dragones, un período de exilio y una vuelta triunfal. Es posible que el personaje legendario esté basado en Teodorico el Grande, que subió al poder en Italia en el siglo VI d. C.

Wolfdietrich era hijo de Hugdietrich, empera­dor de Constantinopla, y la hermosa Hilde­burg, pero este matrimonio era secreto, ya que el padre de esta última, Walgund, no permitía que su hija tuviera pretendientes, y el niño nació mien­tras Hugdietrich se encontraba librando diferentes batallas. Una vez que la madre ocultó a su bebé, éste despareció y lo encontra­ron más tarde en un bosque cercano jugando con unos cacho­rros de lobo, incidente del que proviene su nombre.
Un día, Walgund se enteró del matrimonio y acabó aceptándolo. Wolf-dietrich se convirtió en un hombre refina­do, así como en el heredero idóneo para el trono en todos los aspectos. Sin embargo, una facción de Constantinopla se negaba a aceptarlo y divulgó el rumor de que no era hijo de Hugdie­trich. Cuando el anciano emperador murió, el grupo de disi­sentes expulsó a Wolfdietrich de la ciudad, haciendo que en su lugar subieran al trono sus dos hermanos menores.
A partir de ese momento, Wolfdietrich consagró su vida a recuperar el trono, para lo que tuvo que superar numerosas pruebas. Un día, cayó en las manos de una horrible bruja, Rauch­-Else, quien adoptó la apariencia de una osa, pero cuando acepto a regañadientes casarse con ella, la bruja se convirtió en una her­mosa princesa, con la que vivió felizmente durante numerosos años. Luego acudió a pedir ayuda a Ortnit, el rey de los lombar­dos, para que luchara por su causa, pero descubrió que su posi­ble aliado había sido asesinado por un dragón. Wolklietrich se enfrentó entonces a la bestia, a la que finalmente mató con la ayuda de una camisa mágica y de una espada templada con san­gre de dragón.
Al final, regresó a Constantinopla y derrotó a sus ene­migos. Más tarde volvió a Lombardía para ser coronado sacro emperador romano.

0.079. anonimo (vikingo)

El señuelo del collar

En cuanto lo vio, Freyja supo que tenía que apoderarse del collar de los Brisings, fruto de cuatro enanos célebres por su destreza para trabajar el oro, pero que no tenían la mínima intención de deshacerse de él.

Un día, Freyja se encontró por casualidad con cuatro enanos, cuyo oficio consistía en trabajar el oro, y vio que estaban creando un exquisito collar, el más hermoso que había visto nunca. Al verlo, sintió un enorme deseo de poseerlo, convencida de que una joya así solo podría adornar su cuello.
Propuso a los enanos comprar el collar, pero éstos le contestaron que no estaba a la venta, así que les ofreció todo cuanto tenía de calor, pero la decisión de los enanos parecía inamovible.
Pero cuanto más testarudos se mostraban los ena­nos, mayor era el deseo de Freyja por apoderarse del collar. Hasta que, por fin, fijaron un precio:
-Tenemos todo cuanto nesitamos, no existe objeto que puedas ofrecernos, Freija. Lo único que deseamos realmente es a ti. Si pasas una noche con cada uno de nosotros, te prometemos que te daremos el collar.
Horrorizada, Freija refle­xiono acerca de la propuesta de los enanos. Pero el deseo de poseer el collar era como un fuego ardiente, y para una diosa cuyo apetito sexual era la comidilla de Asgard, cuatro noches de lujuria no tu parecían un precio excesivo por poseer el collar para siempre: además, nadie lo sabría. De modo que aceptó el trato de los enanos. Freija cumplió su promesa, al igual que hicieron los enanos, y el collar se convirtió en una de sus más preciadas posesiones.

0.079. anonimo (vikingo)

El funeral de un dios

Balder era el más hermoso y amado de los aesires, así que, cuando murió, el resto de los dioses celebraron un espléndido funeral, ceremonia que solía reservarse para ocasiones muy especiales. El cuerpo del dios fue depositado en su barco, que fue lanzado, envuelto en llamas, al mar.

Seres de muy diversas naturalezas acudieron a la inci­neración de Balder, entre los que se incluían Odín con sus cuervos, Frigg con todas sus valquirias, Frey­ja con sus gatos y Freyr en su carro, conducido por el jabalí de oro Gullinbursti.
Los aesires tuvieron que mandar llamar a una gigante llamada Hyrrockin para que lanzara el inmenso barco de Balder tras dar un suave empujón con el codo, introdujo el barco en el agua mientras las gigantescas olas se elevaban y la Tierra tembla­ba. Thor estaba tan enfurecido por no haber sido capaz de em­pujar el barco sin ayuda que elevó su martillo para golpear a la gigante en el cráneo, pero el resto de los dioses intentaron en favor de ésta y lograron aplacar la ira de su irascible compañero.
Cuando el cuerpo de Balder era conducido en procesión solemne a bordo del barco, su esposa Nanna se derrumbó y mu­rió de dolor, por lo que la colocaron junto a su esposo en la pira. Los aesires prendieron fuego al barco y Thor lo consagró con su martillo, Mjollnir. Al mismo tiempo, un inoportuno enano llamado Lit se colocó delante de los pies de Thor, quien de una patada lo arrojó al barco en llamas, donde también pereció.

0.079. anonimo (vikingo)

El ardo de gefion

El origen de la isla de Zelanda, sobre la que se encuentra la actual Copenhague, se explica en un mito protagonizado por la diosa Gefion. Cuenta la leyenda que fue la responsable de la separación del territorio de Suecia después de haber embaucado al rey sueco mediante sus tretas y su magia.

Gefion era una figura de poca relevancía entre los aesires, y, en la Edad Media, era el símbolo de la castidad. Sin embargo, su más célebre proeza sugiere que en tiempos anteriores gozó de una reputación muy diferente. En un poema de la época vikinga, escrito por un bardo de la corte sueca, se narra cómo Odín la envió a viajar por el reino humano de Midgard, en el que en­contró por casualidad la corte del rey Gylfi de Suecia. Su belle­za dejó prendado al soberano y la diosa aceptó sus insinuacio­nes de buen grado. Tras mantener una placentera relación con ella, el rey la recompensó ofreciéndole una parte de su reino. Dado que desconocía sus orígenes divinos, le prometió que le entregaría todo el territorio que pudiese arar con cuatro bue­yes en el plazo de un día y una noche.
Gefion aprovechó la oportunidad sin eludirlo, tras par­tir hacia Jotunheim, el reino de los gigantes, utilizó sus poderes divinos para transformar en bueyes a sus cuatro hijos nacidos de un gigante, que fueron las bestias con las que decidió llevar cabo la oferta de Gylfi. Los cuatro animales araron con todas sus fuerzas, y aplastaron la tierra con tal ím­petu que la separaron de sus amarras. Luego la empujaron hacia el interior del mar Báltico y, tras dirigirse hacia al sur bordeando el extremo de Suecia, final­mente la depositaron a modo de isla, a la que Gefion dio el nombre de Zelanda.
Un enorme lago, conocido en la actualidad como Malar, permaneció en Suecia en el lugar donde la tierra fue arrancada de raíz, y hay quien sostiene que sus brazos coinciden en gran medida con las pe­nínsulas de Zelanda.

0.079. anonimo (vikingo)

La montaña viajera

Huishtínbaque [1], un niño shipibo, que vive desorientado por el mal comportamiento de sus mayores, abandona cierto día su vivienda con el propósito de pescar. Aborda su canoa en el embarcadero del poblado y la conduce por la quebrada de Cumancay. Observa que los peces, que están muy agitados, surcan el agua velozmente, como trastornados, y le resulta imposible dirigir sus flechas con acierto. La candente mirada de Bari [2] hace hervir el agua y revienta los frutos en las ramas de los árboles.
Huishtínbaque acerca su canoa hasta el árbol Nehue Rao [3] y ve que sus frutos estallan esparciendo sus semillas en el viento. Las que caen al agua son devoradas por los peces y éstos al instante rompen la superficie color turquesa y remontan vuelo por los aires caldeados. A los pájaros les sucede lo contrario: tan pronto comen las semillas se precipitan al agua y se sumergen como si fueran peces.
Huishtínbaque queda maravillado y, sin saber de qué se trata, tiene la certeza de estar recibiendo una señal espiritual.
Abandona su canoa, llega hasta el árbol y trepa. Alcanza la copa del Nehue Rao, llena con sus hojas y frutos el bolso que pende de su cuello y desciende.
Recobra su canoa y rema de prisa en dirección a su morada. Al verle regresar tan pronto y sin pesca, su madre se extraña, pero permanece en silencio. Lo ve extraer el contenido del bolso y triturar las hojas y frutos en un mortero de tronco de palmera, hasta transformarlos en una pasta amarillenta que diluye en una tinaja. Actúa con seguridad, como si supiera perfectamente lo que hace. La madre lo contempla intrigada y le pregunta qué está haciendo...
-Lo que ves -contesta el niño.
Le muestra la sustancia amarillenta que pugna por escapar de la tinaja y le relata paso a paso lo que ha presenciado.
-Y ¿qué te propones?
La madre no logra averiguar nada; Huishtínbaque guarda silencio, se aleja regando la sustancia por el frente de la vivienda y sigue haciéndolo por el terreno de las viviendas vecinas. La mujer se alarma y corre de casa en casa anticipándose al recorrido del hijo y advirtiendo a la gente:
-No abandonen sus viviendas por ningún motivo. Algo malo se avecina.
Su semblante y su voz trasmiten tanta angustia, que todos deciden obedecer. Huishtínbaque se interna entre los matorrales, desaparece tras los árboles y arbustos, resurge infatigable en la maleza rastrera regando el líquido. La gente lo contempla agrupada en los patios de las viviendas y nadie sabe explicar su extraño comportamiento.
-Pase lo que pase, no nos moveremos de nuestras casas -comentan.
-Una zoncera -exclama un joven, riéndose del miedo de la gente. Yo me voy a cazar al bosque.
Recoge su arco y flechas, pucuna [4] y virotes [5], cruza audazmente el lindero demarcado por el líquido y desaparece en la floresta.
Ahí no más se percibe un aterrador ruido subterráneo. Parecería que la tierra se esforzara en romperse sacudiéndose violentamente por donde el líquido ha sido vertido. Y lo consigue, y poco a poco va desprendiéndose de aquella que se encuentra fuera de la marca y permanece inalterable.
El ruido ensordecedor persiste cuando la gran circunferencia demarcada es una sola grieta. Los pobladores se aferran a los horcones y troncos cuando el gran bloque que contiene la totalidad de viviendas y árboles que les dan sombra se va elevando. Y sigue elevándose más y más, ante la consternación de la gente, que no atina sino a arrojarse de bruces sobre la hierba para evitar caer al abismo.
Aterrado por el estruendo que suena a sus espaldas, el joven cazador da media vuelta y regresa a la carrera por la trocha. El abismo detiene su avance. Su vivienda y las demás, y su familia y toda la gente están suspendidas en el aire turbulento, más arriba que los más altos árboles.
-¡Ea bihué cocá, ea bihué! (¡Ven a llevarme, tío; ven a llevarme!) -grita desesperado.
Y continúa gritando, al ver que aquella tierra desprendida se desplaza por los aires:
-¡Cocá, cocá! (¡Tío, tío!)
Y se eleva tras ellos convertido en el pájaro Cocá, que deja oír por vez primera su canto lastimero.
Cuentan los abuelos que en todo el Ucayali se vio con asombro, surcando el firmamento, algo que semejaba una montaña viajera. Y que estuvo a punto de caer en el paraje donde hoy se encuentra la ciudad de Contamana y aplastar a sus moradores. Y dicen que la montaña cobró altura y prosiguió su viaje, para finalmente descender con suavidad en un bosque pantanoso del Bajo Ucayali: ese gran cerro conocido con el nombre de Canchahuaya.
Los navegantes que arriman sus canoas a este cerro por los caños del pantano, escuchan sonidos de la vida cotidiana, murmullos imprecisos, rumores de las fechorías que se siguen cometiendo. Pero no logran distinguir a nadie porque se trata de espíritus, condenados a permanecer para siempre fuera del mundo de felicidad de los antepasados.
Se dice que la enorme cavidad que, al desprenderse, dejó la tierra de Cumancay, de la noche a la mañana se llenó de agua y se pobló con toda clase de animales acuáticos y peces: el manatí, la nutria, el paiche, la gamitana, el acarahuasú, el tucunaré, los bufeos.
De dónde vinieron, se siguen preguntando los pescadores shipibos que ingresan a esta gran laguna, alistando sus arpones y flechas para atraparlos. Pero antes contemplan con detenimiento el agua y las copas de los árboles; no sea que otra vez Bari esté haciéndola hervir y reventando los frutos del Nehue Rao.

0.072.4 anonimo (peru)




[1] Huistínbaque: Vástago de estrella.
[2] Bari: El Sol, espíritu tutelar.
[3] Nehue Rao: Viento mágico.
[4] Pucuna: Cerbatana.
[5] Virotes: Dardos de la cerbatana.

El señor del espejo humeante

Entre los primeros cuatro dioses creados por Ometeotl se encontraba Tezcatlipoca Negro, una incansable y oscura deidad descrita como «todopoderosa e inigualable». Caprichoso hasta la saciedad, podía ofrecer riqueza, una larga vida y felicidad para luego arrebatarlo todo.

Uno de los aspectos más evocadores e inescrutables de Tezcatlipoca es su propio nombre, que significa «espejo humeante,, en alusión al espejo que llevaba detrás de la cabeza y, en ocasiones, al que sustituía uno de sus pies, arrancado cuando lo arrojaron desde el cielo por seducir a una diosa virgen. El relato del espejo de Tezca-tlipoca es tan oscuro como las imágenes de su superficie. Una levenda tolteca habla de un espejo cuya superficie era como el humo y que podía predecir el final de las sequías. Se decía que Tezcatlipoca había robado este espejo y lo había escondido, lo que prolongaba los epi­sodios de hambruna. El espejo era «ahumado» porque es­taba realizado con obsidiana, un cristal volcánico de color negro que reflejaba con oscuridad y, a menudo, distorsiona­ba las imágenes. Tezcatlipoca podía ver el futuro en él y en los corazones de su pueblo, circunstancia que lo convirtió en el mecenas de los chamanes.
Aunque era un dios impredecible que podía traer desgracias y humillar a los vencedores, también tenía su lado protector. De acuerdo con un relato, fue el responsable de guiar a los aztecas durante su búsqueda de una tierra en la que vivir. El oscuro dios los alentaba narrándoles las visiones que podía ver en su espejo sobrenatural. De ahí que, cuando los aztecas llegaron a Texcoco a tra­vés de las aguas de la que luego sería la capital de Tenochtitlán, los sacerdotes colocaran un espejo en el templo de Tezcatlipoca, en el que se podía contem­plar el sombrío y hermoso semblante de la divinidad.

0.010. anonimo (centroamerica)

El robo del fuego

En un gran número de mitos, el fuego marca la aparición de la civilización. Suele llegar como una llamarada que destruye a las criaturas peligrosas, o bien como un don que permite cocinar y ahuyentar a los animales.

Los pobladores de la cuenca alta del río Paraguay afirman que la madre del jaguar fue la primera guardiana del fuego, y que luego el resto de los anima­les intentaron arrebatárselo uno a uno.
Primero llegó el armadillo, quien le hizo cosquillas en una pata con una pluma hasta que se quedó dormida, y luego le robó una rama ardiendo, pero en cuanto el cosquilleo finalizó, el jaguar hembra se despertó y llamó a su hijo, que persi­guió al ladrón y recuperó la brasa.
El tapir fue el siguiente en intentarlo tras aburrir a la madre conversando hasta dejarla dormida. Entonces salió de puntillas con una ramita ardiendo, pero cayó al suelo al tropezar con una raíz, con lo que despertó a la madre del jaguar y su intento de robo fracasó.
El resto de los animales intervinieron, a su vez, de forma sucesiva, pero si bien todos lograban con éxito hacer que la madre del jaguar cayese dormida, ninguno de ellos conseguía escapar con el secreto del fuego. Hasta que le llegó el turno al prea, una especie de conejillo de indias, quien, en lugar de hacer que la madre del jaguar se quedara dormida, se limite a entrar para decirlo que deseaba un poco de fuego y, más tarde, salió corriendo con él. Durante un momento, la madre del jaguar quedó demasiado desconcertada como para gritar, por lo que el prea logro esca­par. En su camino de regreso a casa, algunos humanos queda­ron fascinados ante tan preciado objeto, y el prea les entregó el fuego. Aunque el jaguar ya no tiene fuego y está condena­do a comer sus alimentos crudos, el recuerdo de las llamas puede contem-plarse aún en sus ardientes ojos.

0.081.4 anonimo (sudamerica)

Una raza de horrorosos pastores

Los mitos griegos del origen del mundo mencionaban el nacimiento de los temidos gigantes con un solo ojo conocidos como cíclopes, que eran hermanos de los titanes. Más tarde, el héroe Odiseo (Ulises) protagonizó un dramático encuentro con uno de sus descendientes, Polifemo.

En la Teogoía, un relato acerca de los orígenes de los dioses, escrito por el poeta griego Hesíodo en el si­glo VIII a. C., se cuenta que los primeros cíclopes fue­ron los tres hijos del dios del cielo Urano y la madre Tierra Gea. Temeroso de su propia descendencia, Urano los arro­jó al abismo del Tártaro, por lo que, como venganza, Gea con­venció a otro de sus hijos, Crono, para que castrara a su marido.
Los tres cíclopes fueron más tarde liberados por Zeus, a quien, en contrapartida, ayudaron a hacerse con el poder supremo.
A partir de entonces, una tradición muy extendida ubi­có a los cíclopes en Sicilia, donde se cuenta que su descendien­te más conocido, Polifemo, se enamoró de la ninfa Galatea, sin que su amor fuese correspondido. En uno de los relatos con­servados, el cíclope, desairado, golpeó con una piedra a Acis, el amante de Galatea, hasta matarlo, pues estaba celoso de él. Ésta es la versión que se recrea en la ópera Acis y Galatea del célebre compositor alemán del siglo XVIII Georg Friedrich Haendel.
Polifemo desempeñó un papel incluso más popular en las aventuras de Ulises durante su viaje de regreso al concluir la guerra de Troya, como se describe en la Odisea de Homero. Con su afición por el canibalismo, encarceló al héroe y a sus hombres en una cueva en la que guardaba sus ovejas con la intención de ir comiéndoselos uno a uno. Para escapar de sus garras, Ulises emborrachó al gigante y le cegó su único ojo clavándole una estaca al rojo vivo. Los griegos entonces se ama­rraron a la panza de las ovejas y escaparon de la guarida del gi­gante, cuando éste sacó a los animales a pastar.
Se dice también que los cíclopes construyeron las mu­rallas de Micenas y Tirene, cuyos bloques de piedra se consi­deraban demasiado grandes como para ser obra humana. De hecho, el término ciclópeo todavía se utiliza para referirse a una empresa de gran envergadura.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Una profetisa maldita

La más trágica de las historias de las doce hijas de Príamo, rey de Troya, fue la de la hermosa Casandra, quien, al igual que su madre Hécuba y los troyanos Calcas y Laocoonte, gozaba del don de la adivinación. Sin embargo, este don resultó ser una maldición, ya que estaba predestinada a que nadie la creyese.

Un día que Casandra visitaba el santuario de Apolo, éste quedo impresio-nado con su be­lleza y, en señal de afecto, le prometió el donde la adivinación. Sin embargo, cuando, en contrapartida, quiso mantener una relación con ella, la joven princesa se negó tajantemente a sus in­sinuaciones.
Apolo, enfurecido por tal deshonra, quiso en­tonces vengarse, pero como no podía arrebatarle el don que le había concedido, ya que no estaba en su poder la capacidad de deshacer ninguna orden di­vina, decidió imponerle una cruel condena que la acompañaría el resto de su vida: a cambio, nadie creería nunca sus profecías.
A partir de ese momento, Casandra pudo ver con claridad las tragedias que acechaban a su pueblo, pero siempre que intentaba ayudar­lo, advirtiéndole, por ejemplo, que su herma­no Paris, que se había fugado con Helena, trae­ría la desgracia a Troya, o que el caballo de madera era en realidad una estratagema de los griegos para asediar y conquistar la gran ciu­dad, lo único que recibía eran gestos de in­credulidad, pues todas las personas la toma­ban por loca.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Orfeo y eurídice

En ningún lugar del mundo, los temas mitológicos sobre amor, muerte y creatividad han conmovido tanto como el relato de Eurídice y del gran músico y poeta Orfeo, cuyas melodías eran tan dulces que no sólo embelesaban a las bestias más salvajes, sino también a las rocas y a los árboles.

Orfeo y Eurídice no llevaban mucho tiempo casados cuando esta última pisó una serpiente y murió a consecuencia del veneno. Desesperado ante la muerte de la mujer que tanto amaba, Orfeo decidió devolverla a la vida. Con su lira como único equipaje, bajó al mundo de los muertos para suplicar a soberano, Hades, que resucitara a Eurídice. Allí entonó un canto de amor con tal tristeza que el mismo Hades se con­movió y accedió a devolverle a su esposa.
No obstante, Hades impuso una condición: no debía mirarla hasta que ambos hubieran salido del mundo de los muertos.
Orfeo empezó a guiar a su amada mientras tocaba con su lira en el difícil ascenso de las oscuridades. Pero en el úl­timo momento, su ansia por ver a Eurídice fue más fuerte que él, y se giró para abrazarla, aunque en ese instante vio con enorme tristeza cómo la espalda de su esposa se alejaba poco a poco entre las sombras.
Consternado ante la pérdida, ahora definitiva, de su ser querido, volvió a su hogar, negándose a enamorarse de otra mujer. Este hecho, y su relación con Apolo, provocó la furia de las salvajes ménades, seguidoras del dios rival Dio­niso, y en una de sus alocadas orgías se abalanzaron sobre el poeta y lo descuartizaron para luego arrojar su cabeza al río Hebro.
La cabeza, que siguió entonando melodías mientras flotaba en el mar, fue transportada por la corriente hasta la isla de Lesbos, donde finalmente se colocó e una cueva sagrada, para que sirviera de oráculo a todas aquellas personas que acudían a consultarlo.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Menelao y los vientos propicios

Tras ayudar a derrotar a Troya, el rey griego Menelao partió en barco a Esparta con su esposa Helena, cuya fuga con un amante troyano había desencadenado la guerra. Tras negarse a realizar sacrificios en honor a Atenea antes de partir, su flota sufrió no pocas penalidades.

Poco después de salir de Troya, la flota de Menelao fue devastada por una enorme tormenta. Sólo sobrevivie­ron cinco barcas, entre los que se incluían el del propio rey de Esparta. El viento los condujo hasta Egipto, don­de se vieron obligados a permanecer nada menos que ocho años.
En la isla de Faros, Menelao se encontró con la ninfa del mar Eidotea, quien le dijo que debía capturar al padre de ésta, Proteo, una divini­dad marina que alimen­taba a peces y a otros animales marinos y que, al conocer todo acerca del pasado, el presente y el futuro, podría decirle la me­jor manera de atraer vientos favorables.
Menelao y tres de sus hombres se disfrazaron de focas en una playa y, cuando Proteo salió del agua y se tumbó para dormir, se abalanzaron sobre él. Éste intento escapar transformándose en león, en serpiente e incluso en una corriente, pero todo fue en vano. Finalmente, le contó a Menelao que Agame­nón había sido asesinado y que Odiseo era prisionero de la nin­fa del mar Calipso, y le ordeno regresar a Egipto para realizar un sacrificio en honor de los dioses. Una vez hecho esto, apare­ció un viento favorable que lo llevó de regreso a casa.
Menelao y Helena llegaron a Micenas, donde supieron que, en un acto de venganza, el hijo de Agamenón, Orestes, había matado a los asesinos de su padre, Clitemnestra y Egisto, y que estaba a la espera de juicio. Entonces, el hijo de Agamenón acudió pidiéndole ayuda, pero Menelao se negó a socorrerla. Orestes y su hermana Electra raptaron a Helena e intentaron acabar con su vida, pero fue rescatada por Afrodita. A final, Menelao y su esposa viajaron a Esparta, donde se establecieron. Tras su muer­te, Menelao recibió el don de la inmortalidad y pudo ir a los Campos Elíseos, el reino sagrado de los vir­tuosos, en compañía de su esposa.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Las andanzas de ío

En la relación amorosa entre Zeus e Ío, el mensajero divino Hermes desempeña el papel habitual al ayudar al dios a salir de una situación difícil. Es posible que la historia se inspirase en la figura de Hathor, la diosa con cabeza de vaca del antiguo Egipto, cuyos mitos llegaron a Grecia desde muy antiguo.

Al igual que numerosas mortales bellas, Ío, una sacerdotisa de Hera, había sido seducida por Zeus, marido de aquélla y rey de los dioses. La celosa esposa sorprendió un día a la pareja mientras coqueteaba en un prado, por Lo que Zeus convirtió a su amante en una vaquilla con la esperanza de que un ani­mal de aspecto tan inofensivo pudiera escapar de los celos de su mujer.
Pero Hera se olió la artimaña e insistió en llevarse al animal a su centro de culto en la península del Peloponeso, donde le enco­mendó a Argos Yanop­tes, su monstruoso sir­viente con cien ojos, que la vigilara día y noche sin descanso.
Para recuperar a su amada, Zeus recurrió a la ayuda de Hermes, el mensajero de los dioses y un esce­lente músico. Tras disfrazarse de cabre­ro, se aprosimó a Argos tocando una melo­día tan dulce con su llama que el gigante se quedó dormido. Cuando por fin cerró el úl­timo ojo, Hermes agarró una roca y lo mató de un solo golpe en la cabeza. En honor a su guardián, Hera dispersó los ojos de Argos por la cola del pavo y, furiosa, envió un tábano para atormentar a la vaquilla, quien corrió deses­perada huyendo del aguijón del insecto.
Tras atravesar a nado el Bósforo (el cual tomó su nom­bre de ahí, ya que significa «paso de la vaca»), llegó por fin al mar que mas tarde recibiría el nombre de Jónico. Después de arrojarse a él, fue nadando hasta Egipto.
No obstante, al llegar allí, la suerte de Ío cambió, pues Zeus le de­volvió su forma humana. Entonces dio a luz a un hijo, Épafo, y a una hija, Keroessa. Una vez que Zeus perdió por comple­to el interés por la bella Ío, ésta se caso felizmente con un rey egipcio.
Mas tarde, los mitógrafos sugerirían que esta historia pudo ha­berse inspirado en su origen en los an­iguus relatos protagonizados por Hathor, la diosa con cuernos de vaca del antiguo Egipto.

0.060. anonimo (grecia y roma)

La infancia de aquiles

Obligada por Zeus a casarse con un mortal, la ninfa del mar, Tetis, tenía miedo de que su hijo, el guerrero Aquiles, sufriera la deshonra de su mortal esposo, por lo que hizo todo lo posible por protegerlo de todo peligro. Sin embargo, el destino hizo que sus esfuerzos fueran en vano.

Tetis arrojó a su primeros seis vástagos al fuego, con la esperanza de eliminar de ellos todo cuanto no fuera divino, pero ninguno logró sobrevivir. No obstante, cuando nació el séptimo hijo. su es­poso Peleo impidió que fuera pasto de las llamas y le salvó la vida. Aquiles creció como un chico fuerte Y atractivo y Tetis no tardó en aceptarlo. Sin embargo, llevó a cabo un último inten­to por protegerlo. Tras llevárselo al Estigio, el río del Hades, cuyas aguas tenían el poder de conceder la inmortalidad a quienes se bañaban en ellas, lo sumergió en él lodo el cuerpo quedó sumergido, con la única excepción del talón, que era el lugar por el que su madre lo sujetaba, de ahí que esa parte del cuerpo permaneciera para siempre como su punto más débil.
Bajo la tutela del sabio centauro Quirón, el joven creció con inigualables habilidades para la guerra y la paz, de modo que, cuando llegó la noticia de que los mejores guerreros de Grecia debían reunirse para atacar Troya, Tetis temió que su hijo fuera llamado a filas. Así, lo disfrazó de chica y lo envió a la isla de Esquiro. La hija del rey, Deidamía, se alegró al descubrir la verdad del impostor y, tras mantener una relación con él, le dio un hijo.
Sin embargo, los enviados griegos siguieron el rastro de Aquiles. Al principio tuvieron problemas para reconocer­lo, pero entonces Odiseo, uno de los líderes del ejército griego, recurrió a una estratagema: envió varios regalos a las depen­dencias de las mujeres, entre los que se incluían joyas v otros ornamentos, algunas armaduras y una espada, de modo que, cuando una de las «doncellas» fue descubierta practicando con la espada, los enviados identificaron a Aquiles. Éste, a instancias de la comitiva griega, partió hacia la guerra, haciendo así rea­lidad los peores temores de su adorada madre.

0.060. anonimo (grecia y roma)

La huida de telémaco

El hijo de Ulises, Telémaco, era un bebé cuando su padre partió a la guerra de Troya. Con el paso de los años, se convirtió en un refinado joven, pero no pudo mantener a raya a los pretendientes de su madre, Penélope, que invadieron su palacio con la pretensión de que se casara con uno de ellos.

Atenea llegó al palacio de Ítaca disfrazada de un rey extranjero y le dijo a Telémaco que enviara los pretendientes de vuelta a casa. Más tarde, debía ir en barco a Pilos y a Esparta en bus­ca de noticias de su padre. Una vez que terminó de hablar, la diosa desapareció a través del techo y Telémaco, al advertir la identidad del misterioso visitante, se sintió muy animado. Con-vocó a los preten­dientes, los reprendió por su conducta, y les rogó que se marcharan, pero su líder, Antino, contestó que no se marcharían hasta que Pe­nélope accediera a casarse con uno de ellos.
Telémaco decidió entonces partir en secreto hacia Pilos, y Atenea recorrió la ciudad para buscar un barco v reclutar a la tripu­lación. Más tarde, bajo la apariencia del viejo amigo de Ulises, Men­tor, condujo a Telémaco al barco y se subieron abordo.
Telémaco y Atenea, disfrazada en todo momento de Mentor, pronto llegaron a Pilos, donde fueron recibidos por el rey Néstor, quien, como obsequio, les contó historias acerca de la valentía de Ulises, aunque no pudo decirles nada acerca de cuál había sido su destino. Tras proporcionar a Telémaco un carro y sus mejores caballos, le ofreció a su hijo como acompañante. Atenta volvió y los jóvenes se dirigieron a Esparta. Una vez allí, Menelao le contó a Telémaco su encuentro con Proteo, el viejo hombre del mar, quien comentó haber vis­to a un afligido Ulises atrapado en una isla con Calipso. De vuelta en Ítaca, los pretendientes enviaron un barco para tender una emboscada a Telémaco y asesinarlo, pero Atenea advirtió al príncipe del peligro y éste regresó a casa por una ruta diferente. Al llegar allí, encontró a su padre disfrazado de mendigo.

0.060. anonimo (grecia y roma)

La huida de ifigenia

Agamenón, rey de Micenas, había ofendido a Artemisa, la diosa de la caza, al alardear de ser buen cazador, por lo que le envió viento para entorpecer los esfuerzos del rey por conducir su flota hasta Troya.

De acuerdo con la versión original de la historia, Agamenón sa­crificó a su hija Ifigenia en honor a Artemisa para lograr cientos favorables. Sin embargo, en una versión posterior, la diosa apa­reció en persona justo cuando la joven se tumbaba bajo el cu­chillo expiatorio y se la llevó rápidamente, dejando a una cierva para que fuera sacrificada en su lugar. En concreto, se la llevó a Táuride, junto al mar Negro, en lo que hoy en día se conoce como Crimea. Allí, la princesa griega se con­virtió en sacerdotisa en un templo que albergaba una popular imagen de la diosa.
En estas tierras bárbaras, era costumbre que todos los extranjeros que llegaban al país realizaran sacrificios en honor a Artemisa, y, durante numerosos años, Ifigenia fue obligarla a presidir estos sangrientos rituales. Un día, su propio hermano, Orestes, llegó a las orillas de Táuride y le fue entregado a  figenia para que lo matara.
Al reconocerse el uno al otro, la pareja, que había permanecido separada mucho tiempo, reprimió su alegría ante tal ines­perado encuentro, lo suficiente hasta poder escapar llevándose consigo la estatua de Artemisa, para la que desea­ban encontrar un hogar más apropiado en Gre­cia. De vuelta en casa, lfigenia volvió a convertirse en sacerdotisa de la diosa.

0.060. anonimo (grecia y roma)

La caceria del jabalin de calidón

Cuando el inofensivo Meleagro era todavía un bebé, las parcas le dijeron a Altea, su madre, que la vida del niño duraría tanto como un tronco de árbol que estaba ardiendo en la chimenea. Entonces Altea sacó el tronco del fuego, lo apagó y lo guardó en un lugar secreto de su palacio.

Cada año, el padre de Meleagro, Eneo, rey de Calidón, ofrecía un sacrificio a los doce dioses del Olimpo, y su reino pros­peraba gracias a ellos. Pero un año se olvidó de Artemisa, quien, como venganza, envió un jabalí gigante que asoló los campos y causó gran mortandad entre el ganado y los pastores.
Eneo mandó heraldos solici­tando ayuda, prometiendo los col­millos y la piel del animal a quien lo matara. Numerosos héroes de toda Grecia acudieron para capturar a la bestia, liderados por Meleagro; se dice que entre ellos estaban Jasón y Teseo. Acudió también Atalanta, una chica que, tras haber sido abandonada cuando era un bebé, fue amamanta­da por una osa y creció junto a los cazadores de las montañas. Era, por tanto, muy diestra en el arte de la caza y, además, era la corredora más veloz del mundo.
Pero, en realidad, Artemisa estaba utilizando a Atalanta como artimaña para arruinar a Eneo, y Meleagro se enamoró de ella. Así, cuando el resto de los cazadores se quejó de que una mu­jer podría traerles mala suerte, los mandó callar, mostrándole así su incondicional apoyo.
En el bosque, Hileo y Reco, dos centauros que for­maban parte de la cacería, in­tentaron violar a Atalanta, pero ésta les disparó, mientras el ca­zador Anceo moría descuarti­zado por los colmillos del jaba­lí. Atalanta fue la primera en herir al temible, pero fue Melea­gro quien finalmente lo mató. Éste ofreció la piel a la joven, pero semejante acto de genero­sidad resultó excesivo para al­gunos de los cazadores. En concreto, Toxeo y Plexipo, dos de los hermanos de su madre, no estuvieron de acuerdo con la deci­sión de Meleagro y, en un arrebato de ira, asesinó a los dos.
La madre de Meleagro, al ver cómo traían los cadáveres de sus hermanos, maldijo a su hijo, sacó el tronco medio que­mado del arcón en el que lo había guardado y lo arrojó al fue­go. En ese instante, Meleagro murió. Sus hermanas rompieron a llorar y Artemisa las convirtió en gallinas de Guinea. Más tar­de, Aitea, llena de remordimientos, se ahorcó.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Helio y faetón

Los titanes y su prole desempeñaron un papel en el establecimiento del orden natural sobre la Tierra. Helio, el hijo del titán Hiperión, el dios del sol, y su compañera Tea conducían el carro del astro rey por el cielo.

Faetón era el hijo de Helio, pero sus amigos se nega­ban a creer que tuviese como padre a un dios. De hecho, incluso su madre dudaba de que fuera ver­dad, así que le aconsejó que visitara a Helio y se lo preguntara directamente a él.
Faetón se dirigió, pues, al magnífico palacio del dios del sol para averiguar la verdad. En un primer momento no pudo acercarse a su padre, ya que los rayos que salían de su cabeza lo cegaban. Helio entonces los apartó a un lado v mostró a su hijo todo su afecto, jurando concederle cuanto le pidiese. Sin dudarlo un momento, Faetón le pidió que le permitiese conducir el carro del sol durante un día entero.
Helio intentó por todos los medios disuadir a su hijo, pero éste insistió tanto que no tuvo más remedio que ceder a su petición. Tras untar el rostro de Faetón con un aceite que lo protegiese del calor de los raros solares, le instruyó acerca del camino que tenía que seguir, pero el joven estaba demasiado impaciente como para escucharlo.
En cuanto los caballos se elevaron hacia el cielo, se dieron cuenta de la falta de experiencia del jinete v se desboca­ron. El aterrorizado chico no pudo controlar el carro v los caballos se dirigieron hacia abajo, quemando a su paso gran parte de la Tierra con el calor del sol. El desierto nubio, antaño tierra fértil, nunca logró recuperarse, y los habitantes del sur se quemaron tanto que su piel se tornó negra.
Consciente del riesgo de destrucción total que corría el mundo, los dioses tuvieron que enviar un rayo a Faetón para de­tener el carro v el cuerpo del joven impetuoso cayó a la Tierra envuelto en llamas. Para salvar otras tierras de la devastación, los dioses enfriaron el mundo con un aguacero torrencial.

0.060. anonimo (grecia y roma)

Escila y caribdis

El estrecho entre la península Itálica y Sicilia es muy peligroso para los navegantes, ya que está plagado de inesperados remolinos y corrientes. Estos accidentes naturales sirvieron de inspiración a los relatos de Escila y Caribdis, el terror del estrecho de Mesina.

Escila era una hermosa ninfa de la que Poseidón, el dios de los océanos, se sentía irresistiblemente atraí­do, hecho que provocó los celos de su esposa, Anfi­trite. Para castigar a su desdichada rival, ésta vertió en secreto el jugo de algunas hierbas venenosas en las aguas de la fuente en la que la ninfa solía bañarse.
Tan pronto como se sumergió en el agua, se transfor­me, en un monstruo con doce pies y seis cabezas, cada una de las cuales tenía una boca con tres hileras de dientes, y la parte inferior del cuerpo se convirtió en una manada de perros que ladraban sin cesar. Consternada por su nuevo aspecto, Escila se arrojó desde los acantilados del sur de Itálica, aunque este acto no puso fin a su sufrimiento, pues los dioses la confinaron en una cueva, desde la que atacaba a todas las embarcaciones que se aproximaban, secuestrando a los hombres que estaban en la cubierta.
Los marineros no podían evitar a la temible Escila aden­trándose en el mar, porque allí Caribdis (quien antaño fuera mujer, pero convertida ahora en un malvado remolino) esta­ba al acecho. Era hija de Poseidón y Gea, pero, a pesar de su noble linaje, era ambiciosa y había intentado robar los pre­ciados bueyes de Heracles. Éste se quejó a Zeus, su padre, quien lanzó a Escila un rayo, cayo al mar y se transformó en un remolino que tragaba gran cantidad de agua marina tres veces al día y otras tantas la volvía a vomitar. Sus hambrientas fauces podían lanzar a las pro­fundidades embarcaciones enteras.
Y así surgió el dicho «atrapado entre Escila a Caribdis», similar a la expresión «entre la espada y la pared», que su utilizaba para describir una situación en la que al­guien debía elegir entre dos opciones peligrosas, donde evitar un peligro implicaba inevitablemente enfrentarse al otro.

0.060. anonimo (grecia y roma)

El trágico desafío de antígona

La tragedia de Edipo, rey de Tebas, es una de las más memorables de todos los mitos clásicos. Sin embargo, el drama de su hija es menos popular, y fue el tema central de la obra Antígona, de Sófocles, el célebre dramaturgo griego del siglo V a. C.

Tras la muerte de Edipo, sus dos hijos se disputa­ron la sucesión al trono, pero al final decidieron gobernar por turnos. Eteocles opto por ser el pri­mero, pero cuando su mandato concluyó, se negó a entregar el reino a su hermano, tal como había prometido.
Polínico reclutó entonces a un ejército con la ayuda de seis líderes aliados (los famosos siete contra Tebas). Sin embargo, las fuerzas militares volvieron de la ciudad tras haber sufrido un gran número de bajas. Los hijos de Edipo murieron en un duelo y, con sus muertes, el trono pasó a manos de su tío Creonte.
El principal objetivo de este último consistió en evitar futuras rebeliones, por lo que dio órdenes de que Eteocles fue­ra enterrado de forma solemne según su condición de antiguo soberano de Tebas, pero no así su hermano Polínico, que debía quedar sin sepultura, y decreto que quien osara des-obedecer sus ordenes moriría.
A pesar de la amenaza, había una persona decidida a de­safiar la voluntad del rey. Esa noche, la hermana de Polínico, Antígona, visitó el campo de batalla y, tras encontrar el cuerpo de su hermano, lo cubrió de tierra para darle una sepultura digna. Sorprendida mientras llevaba a cabo el enterra-miento. Fue conducida ante su tío, quien la reprendió. Ella se negó a disculparse, alegando en su defensa la preeminencia de la ley divina, y continuo negándose a darle la razón al rey, a pesar de que éste la había condenado a muerte.
La crueldad de la sentencia provoco un gran revuelo en Tebas, pero Creonte se negó a acceder a las numerosas peticiones de clemencia. Sólo cuando el viejo profeta Tiresias advirtió al rey que los dioses lo castigarían por semejante actua­ción, Creonte por fin se planteo la posibilidad de perdonarla.
Sin embargo, este cambio de opinión llego demasiado tarde: al entrar en la estancia de piedra donde la había encarce­lado, el rey descubrió que la princesa se había ahorcado con su velo. Pero la tragedia no termina aquí. El hijo de Creonte, He­món, que era el prometido de Antígona, se suicidó clavándose su propia espada al enterarse del trágico destino que había co­rrido su prometida, y cuando la esposa de Creonte, Eurídice, conoció de la suerte de su hijo, se apuñaló mortalmente.

0.060. anonimo (grecia y roma)

El rapto de europa

Zeus era famoso por sus aventuras sexuales, que protagonizan no pocas de las historias de la mitología clásica. Por ejemplo, se dice que la ciudad de Tebas se fundó como resultado del rapto de Europa, hija del rey de Fenicia, por parte del soberano del panteón olímpico.

Un día, la princesa Europa salió con sus amigas a recoger flores a un prado junto al mar. El gru­po de las risueñas chicas constituía, una visión muy atractiva, en medio del calor de los ratos del sol, y la más deliciosa de todas era, sin duda alguna, Europa. Era tan atracos a que Zeus no pudo resistirse a sus encantos y se enamoró perdidamente de ella. Pero consciente de que la joven era tan hermosa como casta, decidió recurrir a un enga­ño con el fin de seducirla.
En los prados en los que las muchachas jugaban, había una manada de vacas que pastaban tranquilamente. Una de las chicas no tardó en reparar en la presencia de un nuevo toro en la manada, el ejemplar más hermoso, fuerte y grande que hu­bieran visto nunca. La princesa se dirigió entonces hacia el ani­mal y éste, a pesar de toda su fuerza y tamaño, se mostró man­so y juguetón. En un momento dado se agachó y la princesa se subió a su lomo.
Pero tan pronto como lo hizo, el animal salió corrien­do en dirección a la orilla del río, obligando a Europa a sujetar­se a él, hasta que finalmente llegaron a orillas de Creta, donde el dios reveló su identidad a la joven. Esta no pudo resistirse a sus encantos y engendró a tres hijos: Minos, Rada-mantis y Sarpedón.
Mientras tanto, en Fenicia, la familia de la princesa llo­raba desconsolada su pérdida. Cadmo, sintiéndose en la obliga­ción de actuar, decidió ir a buscar a su querida hermana, aun­que para ello tuviera que recorrer el mundo entero. Sin em­bargo, jamás logró descubrir el lugar donde Zeus la había es­condido e, incapaz de regresar a casa y enfrentarse al dolor de su padre, decidió fundar una nueva ciudad en Grecia: Tebas.

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El profeta tiresias

A Tiresias, una figura única de la mitología clásica, se le atribuía una sabiduría que sobrepasaba la de cualquier mortal, así como un conocimiento del futuro y de todos los aspectos de la condición humana sin igual. Tanto dioses como reyes deseaban beneficiarse de sus extraordinarias cualidades.

Tiresias no era un mortal corriente, pues había vivido siete vidas, durante las cuales fue tanto mujer y como hombre. Para su desgracia, se quedó ciego, aunque también adquirió el poder de la profecía.
La primera transtormación de Tíresias tuvo lugar en el monte Cilena, situado en el Peloponeso, donde tras encontrar­se a dos serpientes copulando, las golpeó con su bastón hasta herir de muerte a la hembra. Este hecho provocó la ira de Hera, quien, de forma instantánea, lo transformó en una mujer. Sie­te años después, vio a otro par de serpientes en idéntica situación, pero esta vez decidió asesinar al macho, y volvió a convertirse en hombre.
Transcurrido un tiempo, Zeus y Hera estaban discu­tiendo acerca de quién de los dos disfrutaba en mayor medi­da del acto sexual y, para resolver la disputa, decidieron con­sultárselo a una persona que hubiera experimentado el sexo como hombre y como mujer. La respuesta de Tiresias fue que, sobre diez, la mujer disfrutaba nueve, mientras que el hombre tan sólo una, una afirmación que enfureció tanto a Hera que cegó de inmediato al desdichado mortal. Zeus, en compensación, le otorgó el don de la adivinación y una larga vida.
Tiresias alcanzó entonces gran fama por su habilidad para predecir el futuro. Anfitrión y Alcmena, los padres de He­racles, le pidieron su opinión acerca de la concepción del céle­bre héroe, y brindó consejos decisivos a los soberanos de Tebas durante dos asedios sucesivos. Según el dramaturgo Sófocles, fue Tiresias quien reveló a Edipo, rey de Tebas, que había mata­do a su padre sin darse cuenta.
Los poderes de Tiresias continuaron tras su muerte, pues al llegar a las sombras del Hades, se le permitió conservar el don de la palabra y del entendimiento, lo que le permitió continuar su función como profeta. En la Odisea, Homero na­rra cómo Odiseo acudió a él en el reino de los muertos para conocer el resultado de su viaje de vuelta a casa.

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El lenguaje de los animales

Un día, un joven curandero llamado Melampo fue a la corte del rey Preto Tirinto. Melampo era una persona de extraños dones que era capaz de comprender el lenguaje de los animales, lo que le permitió curar la impotencia del hijo de otro rey, Filaco.

Cuando Filaco pidió a Meleagro que curara a su hijo, de nombre Ificlo, sacrificó a dos toros en honor a Apolo, y cuando dos buitres acudieron para alimentarse de los restos, oyó la conversación que mantenían.
Recordaban que, en cierta ocasión, cuando Iflico toda­vía era un niño, habían visto a Filaco castrando carneros en ese mismo lugar. El rey se dirigió hacia el niño con el cuchillo ensangrentado e Iflico se asustó, pensando que él también iba a ser castrado. El rey clavó entonces el cuchillo en un árbol cercano para consolar a su hijo, pero el miedo lo había dejado impotente. Los buitres le dijeron que Iflico podría curarse si se extraía el cuchillo del árbol, se raspaba la sangre del carne­ro y se la daba a beber a Iflico. Melampo llevó a cabo la suge­rencia de los buitres y curó a Iflico.
Entretanto, Preto también sufría con sus propios pro­blemas sus tres hijas vagaban por las montañas asaltando a los viajeros. Melampo pudo encontrarlas y purificarlas, y se casó con una de ellas. Lisipe, por lo que heredó el reino de Preto tras la muerte de éste.

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El héroe de troya

Desde nuestra mentalidad moderna, Aquiles es una egocéntrica máquina de matar, mientras que el troyano Héctor resulta una figura más atractiva al preocuparse por el destino de su familia y de su país.

Tras agotar todas las opciones para instaurar la paz, Héctor se resignó a entrar en una guerra que sólo podía acabar en desastre. Lideró con gran valentía a los troyanos logrando que los invasores griegos volvieran a sus barcos, y se enfrentó cara a cara con el gran amigo de Aquiles, Patroclo. Tras matarlo, se convirtió en objeto de la mortífera ira del héroe griego, en cuyas manos encontró la muer­te con la ayuda de la diosa Atenea, enemiga acérrima de Troya.
Dos escenas de la Ilíada, el célebre poema épico sobre la guerra compuesto por Homero, añaden una nota de patetismo a la muer­te de Héctor. Una es la despedida de su esposa Andrómaca y de su joven hijo. Cuando intenta besar a este último para despedirse, el pequeno se echa para atrás, aterrorizado por el casco de bronce, con su cresta de pelo de caballo. Sonriendo, Héctor se quitó enton­ces el casco para mostrar su rostro así poder estrechar entre sus brazos a su querido hijo.
La otra escena hace referencia a un momento de debilidad del héroe. Cuando Aquiles se enfrenta a él en solemne duelo, sufre una crisis nerviosa y huye de su adversario, quien lo persi­gue junto a las murallas de Troya. Al poco tiempo, Héctor se arma de valor y se enfrenta a su perseguidor para dirigirse con dignidad hacia su vaticinada muerte. Es posible que ese mo­mento de debilidad, inimaginable en su poderoso adversario, no haya aumentado su reputación como guerrero, pero en cambio le otorga una dimensión humana de la que sin duda carece su resuelto oponente.

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Dafne y apolo

De acuerdo con la mitología clásica, las transformaciones mágicas se concedían a menudo como recompensa por un comportamiento virtuoso o se imponían a modo de castigo por una conducta inapropiada. Para la ninfa Dafne, hija de Gea, la metamorfosis constituyó una protección providencial.

En una ocasión, Cupido mantuvo una discusión con Apolo: el dios niño estaba triste porque éste le había dicho que era demasiado joven para manejar el arco, que debía dejarlo a los hombres adultos. En venganza, le disparó una de sus flechas, lo que provocó que su víctima se enamorara de la mujer que el dios alado eligiese. Y eligió a Dafne.
Ésta era una ninfa virgen que se hallaba desconsolada por la muerte de Leucipo, un príncipe que se había enamorado de ella. Cuando ella lo rechazó, se disfrazó de mujer para poder salir a cazar con ella. Como compañeros de cacería, entablaron una hermosa y estrecha amistad, pero, por desgracia, un día que Leucipo. Dafne y otras ninfas fueron de cacería, las mujeres decidie-ron tomar un baño. Una vez desnudas, Leucipo buscó excusas para no hacerlo. Socarronamente, las ninfas le quitaron la ropa y su verdadero sexo quedó al descubierto. Las virginales ninfas creyeron que las intenciones de Leucipo eran deshonestas y, an­tes de que Dafne pudiese intervenir, lo asesinaron.
Después de semejante tragedia, Dafne no sólo juró per­manecer virgen, sino que además comenzó a rechazar la com­pañía de los humanos y a salir sola de caza, lo que hizo que Apolo albergara pocas esperanzas de que volviese a rendirse a sus pasionales encantos. No obstante, estaba dispuesto a conseguirlas y utilizó todos sus encantos para seducir a Dafne, pero todo fue en vano. Entonces, humillado y cegado por la pasión, intentó violarla y la ninfa, aterrorizada, huyó al bosque, pero Apolo la siguió y finalmente la acorraló.
Desesperada, la joven en llamó a su madre para pedirle ayuda. Gea intervino de inmediato para protegerla y, justo cuando Apolo se disponía a agarrarla. Dafne se transformó en un laurel.
La lujuria de Apolo se convirtió en vergüenza y, arrepentido como estaba de su acción, arrancó una rama del árbol para ponérsela en el cabello. A partir de ese momento, el laurel se convirtió en sagrado para Apolo, de ahí la costumbre de re­galar una corona elaborada con sus ramas a los mejores poetas y músicos en honor a la belleza de Dafne.

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