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viernes, 21 de septiembre de 2012

El manto alu hula

Los mantos confeccionados con plumas de color rojo eran la máxima expresión de la majestuosidad en Hawai. Se creía que descendían de Alu Hula, el primer manto que llegó al archipiélago hawaiano, que fue entregado a un hombre llamado Eleio, el más rápido guerrero de los mensajeros de Maui.

Se decía que Elcio tardaba en recorrer Maui el mismo tiempo que llevaba cocinar un pescado por un lado. Gozaba, además, del don de ver espíritus, invisibles para otros, así como de devolver la vida a un cadáver. El trabajo de Eleio no siempre resultaba sencillo. Su amo lo amenazaba de muerte si llegaba tarde y, en ocasiones, era hosti­gado por los espíritus de algunas mujeres que deseaban retrasar­lo. Cuando ocurría algo así, recurría a su hermana para que las avergonzara mostrándoles su trasero. Pero, una vez, Eleio se encontró con el espíritu de una mujer tan hermosa que tuvo que seguirla. Finalmente la alcanzó en la entrada de una cueva. En señal de agradecimiento, si la devolvía a la vida, la joven le mostraría el hogar de sus padres y le entregaría su manto de plumas rojas, Alu Hula. Pero, tras dar su palabra, desapareció. Contrariado, Eleio decidió buscar el manto él mismo. Se en­contró a los padres del espíritu de la mujer e hizo con ellos un trato: reviviría a su hija a cambio del manto. Pero no sólo le entregaron el manto, sino también el espíritu de la mujer como esposa. Sin embargo, Eleio llegó tarde.
Tras evitar a los centinelas, se presentó a su señor con una hermosa esposa (el resucitado espíritu de la mujer) y Alu Hula. Su amo aceptó los obsequios y le perdonó la vida y, a partir de ese momento, la realeza hawaiana comenzó aN estir un manto de plumas rojas como descendientes del mundo de los espíritus.

0.089.4 anonimo (hawai)

Una inversion arriesgada

Las historias acerca de embaucadores que son engañados se cuentan por todo el mundo, pero en ningún lugar son tan comunes como en Norteamérica. En este relato de las llanuras, un personaje llamado Nihansan se sumerge en busca de fruta en lo que son, en realidad, reflejos.

Al igual que numerosos embaucadores nortea­mericanos, Nihansan era un personaje ambi­guo. Para los arapaho, un pueblo de las llanu­ras muy cercano a los cheyenes, era, por un lado, la deidad creadora por excelencia, a la que se le atribuía la creación de la Tierra y de los seres humanos a partir del ba­rro recogido en el lecho marino por un buzo terrestre envia­do por él.
Y, por otro lado, era un jactancioso bufón y un perso­naje muy frecuente en los relatos cómicos. En uno narra cómo perdió sus propios ojos y tuvo que tomar prestados los del topo, que quedó ciego desde entonces; en otro, intentó sin éxito hacerle la corte a la señora de los torbellinos, quien sin miramiento alguno lo dejo plantado y afligido.
Un tercer relato cuenta como un día, mientras camina­ba por una corriente, vio unas jugosas ciruelas rojas bajo la su­perficie del agua. Tan apetitosa visión le abrió el apetito, así que se quitó la ropa, se sumergió en el agua y camino a tientas por la vaguada, intentando en vano recoger la fruta.
Frustrado, salió a la superficie con las manos vacías y jadeando en busca de aire, pero como continuaba sintien­do hambre, volvió a intentarlo. Tras recoger algunas pie­dras, se las ató a las muñecas y a los tobillos para hundirse en el agua. Después de sumergirse una segunda vez, buscó de nuevo en vano. Cuando ya no pudo aguantar la respira­ción durante más tiempo, se libró de las piedras y salió a la superficie.
Tras levantar la vista, se percató de repente de unas ciruelas que colgaban de un árbol que tenía encima.
-¡Qué tonto! -se dijo a sí mismo y salió del agua. Aver­gonzado, se dirigió al árbol, donde comió algunas de las cirue­las y recogió otras para proseguir su viaje.

0.007. anonimo (norteamerica)

Los obsequios de la mujer araña

Según los hopi, el mundo fue creado por dos deidades que residían en el mundo de los muertos: Tawa, el dios del sol, y la Mujer Araña, la diosa de la Tierra, quien condujo a los antepasados de los hopi a su hogar y les enseñó todo lo necesario para prosperar.

Tanto Tawa como la Mujer Araña deseaban com­pañía, así que del primero surgió Muiyinwuh, el dios que controlaba las fuerzas vitales, mien­tras que de la segunda apareció la diosa Huzrui­wuhti, guardiana de las formas de vida. Tras hacer el amor, na­ció la cuarta parte del mundo y las extensiones superiores e inferiores.
Tawa y la Mujer Araña compartían el mismo propósi­to: crear la Tierra y a sus criaturas. El dios creador dio forma a los peces y a los animales con patas, mientras que la diosa creó a las criaturas de barro y, mediante cánticos, les dio vida.
A ellos les siguieron el hombre y la mujer. Para que co­braran vida, la Mujer Araña los meció suavemente mientras su compañero divino los bañó con su luz hasta que comenzaron a respirar.
En el mundo superior, aún no había emergido la Tierra de las aguas primigenias. Hasta que Tawa trepó hasta el cielo y su magnificente luz creó laTierra.
Los primeros indios se habían hecho muy numerosos, por lo que la Mujer Araña les concedió un lugar en el que vivir, y dio nombre a las diferentes tribus. Luego los llevó a través de las cuatro cavernas de su mundo a un orificio que conducía a la tierra superior recién creada.
La primera generación de seres humanos trepó a través de él y emergió junto al río Colorado.
Siguiendo las instrucciones de la diosa, cada clan acompañó a un animal al territorio asignado. Y en­tonces, antes de marcharse, la Mujer Araña enseñó a los hopi su forma de vida y a celebrar danzas para invocar a los espíritus de las tormentas.

0.007. anonimo (norteamerica)

Los espiritus de las estaciones

El ciclo eterno de las estaciones, que se repite cada año, se interpreta en la tradición de los esquimales como la asociación entre dos espíritus: Nipinouke trae la primavera y el verano, mientras que Pipounouke se encarga del otoño y del invierno.

Los espíritus de las estaciones son dos seres poderosos de nombre Nipinouke y Pipounouke, que se reparten el mundo, manteniéndose cada uno en su lugar en la medida de lo posible. Sin embargo, llega un momento en que cruzan al otro lado del mundo.
Cuando llega Nipinouke, trae consigo calor, pájaros, hojas verdes y hierba fresca, pero con el verano abandona su puesto.
Entonces llega Pipounouke, trayendo consigo las hojas caídas y los vientos otoñales, el frío y la niece del invierno, y destruye todo lo que Nipinouke ha creado. De esta forma se crea el achitescatoueth, el ciclo de la vida y el equilibrio del mundo.

0.007. anonimo (norteamerica)


Los cazadores y las chicas animales

La unión de un cazador mítico con la hija del espíritu «maestro» de una especie animal es un tema recurrente en numerosos mitos norteamericanos. Dos relatos muestran cómo estos matrimonios eran la confirmación de la armoniosa relación entre los cazadores y su presa.

En un mito del pueblo mistassini cree de Quebec, un cazador se casa con una caribú hembra y aprende a ver la realidad desde la perspectiva de su esposa.
A diferencia de otros cazadores, que cuando abatían a un caribú se limitaban simplemente a ver como caía y moría, él podía ver, además, a su espíritu, mientras el cuerpo del animal muerto quedaba atrás con la apariencia de una capa blanca.
En un mito del pueblo pawnee, un cazador está a punto de matar a una búfala en un abrevadero cuando, de repente, se transforma en una hermosa mujer. El cazador se enamora de ella y le regala un collar de cuentas azules y blancas.
Un día, el cazador vuelve y descubre que su esposa y el campamento han desaparecido. Tras buscarla en vano, regresa muy afligido a su tribu. Más tarde, se encuentra con un niño que lleva puesto el mismo collar de su mujer. El pequeño, a quien reconoce como su hijo, lo conduce a la tierra del búfalo, donde los machos lo retan a una serie de difíciles tareas.
Una aez que supera todas las pruebas, los búfalos lo aceptan y se lleva a su esposa a su pueblo. Pero, al llegar, descu­bre que se están muriendo de hambre. Los búfalos aceptan ayudarles, permitiendo que los pawnees los cacen. El hijo del cazador se une a ellos con la apariencia de un becerro amarillo, no sin antes advertir el cazador a los miembros de su pueblo que no deben hacerle nunca daño, pues de lo contrario, no ten­drían a nadie que guiara la manada hacia ellos cada año.
-No, ofrecedme en sacrificio al gran espíritu Tirawa. Un nuevo becerro ocupará mi lugar cada año. Curtid mi cuero y utilizadlo para envolver un fardo sagrado que contenga una espiga de maíz y un pedazo de carne.
A partir de entonces, cada vez que tenían hambre con­vocaban al becerro para que guiara la manada hacia el pueblo y añadían un pedazo de carne de la nueva temporada al fardo.

0.007. anonimo (norteamerica)

La mujer ogro de oregon

El pueblo wasco, de la región del río Columbia, en Oregón, tiene un mito cuyo protagonista es un monstruo devorador de niños. Además de evocar los miedos de la infancia y el terror ante lo desconocido, presenta una personificación de dicho terror, una mujer ogro, Atatalia, célebre por su torpeza.

Un niño y su hermana estaban recogiendo sílex cuando se encontraron con Atatalia. Los niños corrieron, pero la mujer ogro los capturó y los escondió en su cesta, y más tarde se dirigió hacia su morada para ali­mentar con ellos a sus propios hijos.
En el interior de la cesta, al niño comenzó a picarle el pie, justo en la zona so­bre la que su hermana estaba sentada.
-Hermana –dijo-, me estás haciendo daño justo en el pie que me pica. Atatalia confundió lo que había oído con algo que sonaba muy similar al idioma de los wasco y preguntó alarmada:
-¿Qué ocurre? ¿Están mis hijos ardiendo?
Al ver la oportunidad de asustar al monstruo, la chica respondió:
-¡Tus hijos están ardiendo, sin ninguna duda!
La mujer ogro dejó caer la cesta y corrió hacia su casa. Los niños agarraron entonces un sílex, cortaron las cuerdas de la tapa de la cesta y lograron salir tre­pando. Tras llenar la cesta de piedras, huyeron corriendo al río.
Cuando Atatalia regreso, recogió la cesta y se marcho a casa. Al descubrir que los pequeños habían desaparecido, volvió a salir de inmediato en su busca.
El niño, que tenía poderes mágicos, colocó cinco ríos en el camino del mons­truo. Atatalia saltó el primero, e hizo lo mismo con los cuatro siguientes. Al final, vio a los niños e inspiró para arrastrarlos hacia ella, pero, en cuanto soltó el aire, salieron huyendo delante de sus narices. Cuando llegaron al río Columbia, los dos hermanos roga­ron a los peces que mordisquearan a Atatalia, y a los acantilados que la aplastaran, de manera que en cuanto el monstruo llegó al río, los peces comenzaron a mordisquear su cuerpo y las rocas comenzaron a caer sobre ella. Al cabo de un tiempo, la estúpida mujer ogro se dio por vencida, con lo que los niños escaparon sin ningún problema.

0.007. anonimo (norteamerica)

La mujer bufala blanca

Los pueblos de las llanuras consideraban al búfalo como un intermediario entre el creador y el mundo humano. De acuerdo con los sioux lakota, fue un búfalo con apariencia humana quien les proporcionó numerosos ritos importantes, entre ellos la danza del sol.

Un mito de los sioux cuenta cómo el es­píritu supremo, co­nocido como Wakan Tanka «gran misterio», envió una vez a un emisario a la tribu. Dos caza­dores se encontraban vigilando la cima de una colina cuando vieron que se aproximaba una hermosa mujer ata­viada con un vestido de piel de búfa­lo blanco. Los ejemplares de este color eran tan poco frecuentes que los caza­dores sospecharon que la mujer pro­cedía del mundo de los espíritus, una suposición que quedó confirmada por su majestuosa forma de caminar. Sin embargo, era tan hermosa que uno de los jóvenes cazadores extendió su mano para tocarla y, al hacerlo, una neblina envolvió a los dos hombres, y, cuando se dispersó, sólo quedaba uno: el cazador cegado por el deseo había quedado reducido a un montón de huesos.
Entonces, el otro cazador volvió al campamento con ór­denes de la visitante debía construirse un tipi especial para su recepción, en el que la mujer realizó la boquilla y la cazoleta de una pipa. Cuando unió las dos piezas del objeto sagrado, explicó a los ancianos allí convocados que debían venerarla siempre, ya que la cazoleta circular de piedra re­presentaba a la Tierra y a todas sus criaturas, mientras que la boquilla de madera proporcionaba un vínculo di­recto entre el reino humano y el cielo. Su humo tenía, además, una doble función: llevar las oraciones a los ante­pasados de los espíritus, así como con­ceder fuerza a los que lo inhalaban. Tras confiar tan valioso obsequio a la tribu, la mujer abandonó el campa­mento. Sus anfitriones se quedaron boquiabiertos, pero su sorpresa fue aún mayor cuando la vieron abando­nar su disfraz humano y adoptar la forma de una búfala blanca antes de desaparecer de su vista.
Junto a la pipa sagrada, la mujer búfala blanca trans­mitió a los sioux siete ritos que continuaron siendo esenciales para su religión, entre los que se incluían las visiones, las cere­monias de purificación en la sauna, los rituales funerarios que garantizaban que el alma del fallecido volviera al gran es­píritu en lugar de vagar por la Tierra como un fantasma, los ritos de pubertad para las chicas y la danza del sol, una cele­bración de la renovación de la tierra que tiene lugar a princi­pios de verano.

0.007. anonimo (norteamerica)

La escalera que conduce al cielo

De acuerdo con el pueblo wintu de California, el espíritu creador Olelbis decidió unir el mundo humano con el cielo mediante una escalera de piedra. En su parte superior, planeó construir dos fuentes que devolvieran la juventud a aquellos que treparan por ella y bebieran de su agua.

Olelbis confió la tarea de construir la gran rampa a dos espíritus hermanos, que adoptaron la for­ma de águilas ratoneras. Comenzaron de in­mediato, pero durante la ejecución de su mi­sión llegó Coyote, un pícaro embaucador al que le encantaba causar problemas. Al ver cómo trabajaban, decidió crearles du­das acerca de si valía la pena lo que estaban haciendo.
-¿Para qué es la escalera? -preguntó. ¿Quién iba a de­sear realmente pasarse la vida subiendo y bajando para recu­perar su juventud una y otra vez? ¿No sería mas sencillo que nacieran, vivieran y murieran? ¿Que se alegraran de los naci­mientos y lloraran las muertes? Eso sería verdadero amor.
Convencidos por los argumentos de Coyote, los her­manos abandonaron su tarea e incluso derribaron lo que ya habían construido. Coyote entonces se alarmó, ya que había confiado en secreto trepar al cielo antes de que el vínculo desa­pareciera. Aterrorizado ante la idea de su propia muerte, creó alas con pétalos de flores, pero cuando intentó volar, cayó en picado. Olelbis concluyó que debería morir, al igual que haría toda la humanidad a partir de entonces.

0.007. anonimo (norteamerica)

La danza mohawk del conejo

Los animales de los mitos norteamericanos a menudo vivían en grupos similares a los clanes bajo la guía de un sabio jefe o «maestro». Este relato del pueblo mohawk narra cómo un conejo maestro creó un ritual que fue respetado por la tribu durante mucho tiempo después.

Numerosos pueblos indígenas norteamericanos llevaban a cabo danzas ceremoniales que imitaban los movimientos de los animales: los che­roki, por ejemplo, disponían de ritos que se inspiraban en las águilas, los pollos, las codornices, los caballos, los mapaches y las marmotas, entre otros. Con el paso del tiempo, fueron apareciendo historias que describían los orígenes de dichos rituales con el objetivo de explicar su importancia para la tribu.
Un ejemplo típico de ello lo encontramos en un mito del pueblo mohawk, de la frontera entre Estados Unidos y Canadá. En él se cuenta cómo un grupo de cazadores que viajaba por el bosque encontró un claro rodeado de árboles. Cuando el líder del grupo se aproximó, vio a un animal que no había visto antes, del tamaño de un pe­queño oso negro, pero que no era un oso. En realidad, se trataba de un conejo gi­gante. Mientras los hombres lo observaban, el conejo levantó la cabeza, pero, en lugar de huir, los saludó y golpeó la tierra con una de sus patas traseras. Tras este gesto, multitud de conejos se unieron al maestro, que comenzó a saltar rítmicamente, como si estuviera tocando un tambor. El resto de los conejos formó un círculo y bailó alrededor del percusionista. Entonces, cuando la acti­vidad llegó a su momento álgido, el tambor quedo repentinamente en silencio. El maestro conejo dio entonces un salto en el aire y desapareció en el bosque.
Cuando los cazadores regresaron a la aldea, acudieron a la vivienda comu­taria y contaron lo que acababan de presenciar.
-Entonad el ritmo del jefe de los conejos -dijo uno de los ancianos. Los hom­bres agarraron los tambores y la gente comenzó a danzar al ritmo marcado por el maestro conejo. Desde entonces, los pobladores de todas las tierras de los mohawk continuaron celebrando la danza del conejo como muestra de respeto hacia los ani­males, de cuya carne y piel tanto provecho sacaban.

0.007. anonimo (norteamerica)

La busqueda del sol por una araña

Este relato cheroki comienza en la sombría penumbra de la época primigenia. Frustrados al chocar continuamente en la oscuridad, las personas y los animales convocaron una reunión para decidir cómo iluminar el mundo.

En la reunión, el pájaro carpintero de cabeza roja fue el primero en intervenir:
-Los pueblos del otro lado del mundo tienen luz -comen­tó, así que, puede que si vamos allí, nos den un poco.
La zarigüeya macho se ofreció para realizar el viaje y, cuando llego al otro lado del mundo, se encontró con el Sol, agarró un pedazo y se lo escondió en su pelaje. Sin embargo, el Sol estaba tan caliente que le chamuscó la cola o, al llegar a casa, había perdido la luz. El siguiente en salir a buscar luz fue el gallinazo. Ascendió al cielo, atrapó un pedazo de Sol con sus garras y se lo colocó sobre su cabeza, pero el Sol le quemó las plumas y se marchó. Cuando el gallinazo llegó calvo a casa, todos comenzaron a desesperarse.
De repente oyeron la diminuta voz de la abuela araña desde la hierba.
-Habéis hecho todo lo que un macho puede ha­cer, pero quizá una mujer lo haga mejor.
Entonces colocó una bola de arcilla en un recipiente y partió en dirección al sol, dejando un rastro de hilo tras de sí. Cuando estuvo cerca del astro rey, extendió sus patas para hacerse con un diminuto pedazo, lo colocó en el recipiente y, siguiendo el hilo que había dejado a su paso, regresó del este al oeste. Durante su viaje, los rayos de sol crecieron y se extendieron frente a ella, por todo el mundo.
Hasta la fecha, las arañas tejen redes cada mañana con la for­ma del Sol para recordar a las personas quién fue su antepasado divino.

0.007. anonimo (norteamerica)

El primer genocidio

El Popol Vuh incluye representaciones gráficas de cómo los dioses creadores Huracán y Gucumatz exterminaron a la raza humana de madera que habían creado. Después de que una riada acabara con la mayoría, infligieron una serie de castigos horripilantes a los supervivientes.

Con objeto de librarse de sus últimas creaciones fallidas, Huracán recurrió a temibles monstruos: uno, llamado el sacador de rostros, extrajo les ojos a los humanos de madera, mientras que el otro, conocido como el derramador de sangre les arrancó las cabezas.
Más tarde, los dioses provocaron que cayera una lluvia de lava desde el cielo sobre los superviviientes, y enviaron a los animales salvajes a sus hogares. Incluso éstos se rebelaron: reci­pientes hirviendo escaldaron a sus propietarios y las piedras de las chimeneas volaron y cayeron sobre sus cabezas.
Aterradas ante semejantes desgracias, las personas de madera huyeron en todas direcciones. Algunas treparon a los tejados de sus casas, pero las estructuras se vinieron abajo. Las que treparon a los árboles fueron arrojadas al suelo por las propias ramas. Otras se ocultaron en cuevas para ver como unas piedras descomunales rodaban hasta sellar sus entradas para siempre.

0.007. anonimo (norteamerica)

El niño y el caballo


Esta historia del pueblo pawnee, de la región de las llanuras, trata de un niño de origen humilde cuya compasión se ve finalmente recompensada por su prestigio como guerrero. Alcanzar la fama desde unos orígenes humildes es un tema recurrente en un gran número de mitos indígenas norteamericanos.

Un niño vivía junto a su abuela en las afueras de una aldea. Los dos eran tan pobres que lo úni­co que comían eran suelas de sandalias viejas y los restos de comida de otros habitantes de la aldea. Una vez, el niño quedo consternado al ver cómo unos hombres disparaban al nido de unas águilas.
Más tarde, cuando estaba hurgando en la tierra, se le aproximó un águila.
-Como te has compadecido de nosotras, te acudare­mos -le dijo. Entonces condujo al niño a una colina, en la que se encontraba atado un caballo viejo y descuidado. A pesar de su lamentable estado, hubo un tiempo en el que había pertene­cido a un guerrero, y las águilas se lo entregaron al niño como un obsequio mágico.
Cuando la tribu entro en guerra, el caballo sarnoso se transformó en un vigoroso zaino a cuyos lomos el niño atacó y acabó con la vida del líder enemigo, tras lo cual él y el caballo desaparecieron de repente.
Cuando el pequeño volvió, proclamando sus hazañas, los aldeanos se burlaron de él, ya que su caballo había recupe­rado su decrépito estado. Al poco tiempo se libró otra bata­lla, con idéntico resultado que la anterior. Tiempo después, el niño salió por tercera vez para combatir, y luchó con tal cigor que consiguió que el adversario huyera. Cuando se disponía a aban­donar el campo de batalla, su esbelta montu­ra se unió primero a un solitario corcel gris y luego a múltiples caballos. Los habitantes de la aldea lo aclamaron como el gran guerrero que era.

0.007. anonimo (norteamerica)

El niño abducido por una estrella

Numerosos mitos nativos presentan a los cuerpos celestiales como fuerzas benevolentes que acuden a socorrer a los seres humanos. Sin embargo, los tsimshian, de la costa noroeste, cuentan con una historia que muestra cómo los espíritus del cielo pueden en ocasiones ser también crueles.

Una noche, un chico le dijo a una estrella:
-¡Pobre de ti, debes de tener frío! -Cuando la estrella oyó las palabras del chico, bajó para llevárselo al cielo. Sus padres lo buscaron por todas partes y, un día, el padre por fin tuvo noticias de su hijo. Una mujer que vivía sola en las montañas le dijo:
-Tu hijo está atado a la chimenea de la casa de un hom­bre estrella. No para de llorar, porque las chispas del fuego lo están quemando. -Entonces le dijo que lanzara flechas hacia lo alto hasta que una se incrustara en el borde del agujero del cielo. El hombre siguió su consejo y continuó lanzando flechas hasta que todas quedaron unidas, formando una línea que unía el agujero del cielo y, la Tierra, por la que podría trepar.
Una vez en el cielo, fue a buscar madera y talló algunas figuras similares a su hijo. Luego encendió una hoguera y cha­muscó las imágenes para ponerlas a prueba; por fin encontró una realizada con cedro amarillo que lloraba como un niño. Siguió avanzando por el cielo hasta llegar a la casa del hombre estrella, donde el niño se encontraba atado a la chimenea, y cada vez que sus ocupantes avivaban el fuego de la casa, las chispas le hacían llorar. El padre lo instó para que fuera valien­te y esperara el momento oportuno.
Cuando los ocupantes de la casa dormían, desató al niño, colocó en su lugar la figura de cedro amarillo y huyeron a toda prisa. Por la mañana, cuando se encendió la chimenea, la figura de cedro amarillo comenzó a llorar, pero se detuvo después de un rato. Las estrellas se percataron de lo sucedido y fueron tras el pequeño, pero el padre y el hijo habían llegado a tiempo al orificio del cielo. Bajaron a la Tierra a través de la cadena de flechas y luego tiraron de ellas hacia abajo para impedir que los persiguieran.

0.007. anonimo (norteamerica)

El incansable nagaitcho


Los kato, del norte de California, creían que Nagaitcho trabajó sin descanso hasta asegurarse de que la Tierra contaba con los recursos suficientes para sustentar a los primeros seres humanos.

Dos espíritus creativos, Nagaitcho y Trueno, presidían un avejen-tado cosmos que ca­recía de vida. Incluso la roca de arenisca que formaba el cielo era antigua. Trueno rugió en las cuatro direcciones:
-La roca es antigua.
-La repararemos -respondió Nagaitcho.
Extendieron el cielo y caminaron por él. Más tarde crearon las nubes, para que protegie­ran las cabezas de los humanos, a punto de llegar frente a los intensos rayos de sol.
Nagaitcho creó a un hombre de tierra. Moldeo una pierna izquier-da y una derecha, y luego un brazo iz­quierdo y uno derecho. Más tarde, tomó un poco de hierba, formó un montón con ella y creó la barriga, y tomó un poco más y creó el cora­zón. Con un pedazo redondo de arci­lla creó el hígado y, con un poco más, los pulmones y los riñones, y, por último, le introdujo un junco a modo de tráquea.
-¿Con qué crearé la sangre? -se pregun­tó. Entonces machaco un poco de ocre y lo mezcló con agua. Luego hizo la boca, la nariz y los ojos- Ahora los geni­tales -se dijo. Y una vez creados los del hombre, tomó una de las piernas, la partió y creó a una mujer.
A continuación, creó todo aquello que los futuros seres humanos necesitarían para subsistir. Por ejemplo, colocó en el mar algas marinas y moluscos comestibles.
-¿Con qué haré la sal? -se preguntó, y, acto se­guido, la espuma del océano se convirtió en sal. Más tarde, los indígenas la probarían y decidirían utilizarla para condimentar sus alimentos.
Al cabo de un rato, el dios creador dio una vuelta por la Tierra en compañía de su perro, y juntos contemplaron el hermo­so paisaje de secuoyas, robles, casta­ños, manantiales, arroyos, colinas y valles. Animales, grandes y pe­queños, saciaban su sed en las aguas que compartían con los seres humanos.
-He creado una buena Tierra -le dijo al perro. Los frutos secos y las frutas silvestres estaban maduros. Los ríos estaban a re­bosar de peces. Había en abundancia toda clase de alimentos. Los primeros seres de Nagaitcho habían encontrado un hogar, y en él vivieron en armonía.

0.007. anonimo (norteamerica)

El hombre que vivio con osos


Un relato del pueblo pawnee de los skidi demuestra que puede existir una estrecha relación entre los seres humanos y otras especies. En este relato, la amabilidad mostrada por parte de un humano a un oso vulnerable se vio más tarde recompensada.

Un hombre que se encontraba cazando en el bosque cerca de su hogar una vez se encontró a un osezno abandonado y, en lugar de matar al animal indefenso, ató una ofrenda de tabaco alrededor de su cuello y lo bendijo, diciendo:        
-¡May Tirawa (la deidad suprema) te proteja!
Tras regresar al campamento, le contó a su esposa que estaba encinta, lo que había sucedido, y cuando ésta dio a luz poco después, su hijo creció demostrando en todo mo­mento un gran respeto hacia los osos. De hecho, era tal su identificación con ellos, que cuando estaba solo, rezaba a las almas de los osos.
Cuando alcanzo la madurez, resulto herido de muerte en una emboscada y su cuerpo fue desmembrado. Más tarde, un oso y una osa encontraron sus restos mortales y lo revivie­ron con la ayuda de poderes sobrenaturales.
El hombre se recuperó del todo y, vivió durante un prolongado período con sus benefactores, durante el cual, llego a reverenciar a los osos como los mejores y, más sabios de todos los seres.
Los osos, sin embargo, le recordaron el lugar que ocu­paba en el orden de las cosas. Su sabiduría, según decían, era un don de Tirawa.
Finalmente llegó el momento de regresar con su pue­blo y, cuando partió, el oso lo abrazó con cariño, lo besó en los labios, y lo acarició con sus garras y su pelaje, lo que le otorgó poder y sabiduría.
Cuando regresó, se convirtió en un destacado y vale­roso guerrero y decidió instaurar la danza de los osos entre su pueblo.

0.007. anonimo (norteamerica)

El espiritu guardian del alce


Los cazadores indígenas norteamericanos se movían guiados por un rígido código ético. Estaba prohibido mentir o alardear de habilidades para la caza, así como matar a más animales de los necesarios para alimentarse. Como ilustra este relato del pueblo wasco, los transgresores eran severamente castigados.

Un chico que cazaba ardillas y pájaros una vez fue reprendido por su jactancioso padre:
-Cuando yo tenía tu edad cazaba alces. 
-Y se­ñalando una cicatriz que tenía en la frente, mintió a su hijo. Un alce me hizo esto. En realidad, se había cortado al chocar contra un árbol.
Muy pronto, el chico se convirtió en un ambicioso ca­zador y logró la protección de un alce hembra, que le dijo:
-Si me prestas tus servicios, seré tu espíritu guardián. Pero no deberás matar a demasiados animales.
Su padre continuó burlándose de él por su escaso nú­mero de presas, lo que provocó que el alce perdiera la paciencia y permitiera a su protegido matar a cinco manadas de alces. Su gran ambición le llevó a intentar también matar a su guar­diana. Ésta huyó hacia a un lago y, fingiendo estar muerta, se hundió bajo la superficie cuando el niño intentó atraparla.
En el fondo del lago, el cazador recuperó la cordura y vio a innumerables alces disfrazados de seres humanos. Enton­ces oyó una voz que dijo:
-Traedlo. -El cazador fue conducido ante su guardia­na, quien le dijo:
-¿Por qué no has cumplido mis órdenes? ¿Ves a todos los alces-personas que has matado? Tu padre te ha mentido. Ya no puedo continuar siendo tu guardiana.
-¡Expúlsalo! -Y el joven fue enviado de vuelta a su al­dea. Estuvo en cama durante cinco días y cinco noches, y entonces pidió agua.
-Calentad agua y lavadme. Llamad a mis ami­gos para que pueda hablar con ellos.
Cuando el pueblo se reunió, el cazador les contó:
-Mi padre no estaba satisfecho porque no lo­graba hacer lo que él había llevado a cabo, y sus deseos han entristecido al espíritu guardián que me ayudaba. El es­píritu me ha abandonado.
Y tras pronunciar estas palabras, murió.

0.007. anonimo (norteamerica)

El espiritu del grano


Para que los espíritus de la naturaleza continúen bendiciendo los campos de cultivo y los territorios de caza, éstos deben ser honrados. Los tuscarora, cuando cosechaban y almacenaban el grano, daban las gracias al espíritu del grano.

En una aldea en que la cosecha de grano siempre ha­bía sido copiosa, sus habitantes se hicieron perezosos y despreocupados. Además, permitieron a los perros comerse el excedente y almacenaron las semillas en orificios mal cavados y en cestas viejas. Pero lo peor de todo es que se negaban a dar las gracias a los espíritus del grano.
Como confiaban en que podían continuar sustentándose a partir de la caza, los hombres se adentraron en el bosque en busca de presas, pero los animales habían desaparecido. Los ham­brientos pobladores desenterraron entonces sus cestas, pero las reservas estaban podridas o las habían devorado los ratones. Un unico hombre, Dayohagwenda, había dado las gracias por su cosecha había almacenado el grano de manera segura.
Un día que iba paseando por el bosque, se encontró con una morada construida con corteza de olmo y rodeada de ma­leza, en cuyo interior estaba llorando un anciano.
Abuelo, ¿por qué llora? -preguntó Dayohagwenda.
-Porque tu pueblo se ha olvidado de mí -contestó el anciano. Mientras Dayohagwenda proseguía con sus pregun­tas, cayó en la cuenta de que el anciano era el espíritu del gra­no, y que estaba sucio y desarrapado porque las personas se ha­bían vuelto despreocupadas y desagradecidas. Lloraba porque pensaba que lo habían olvidado.
Dayohagwenda regresó a la aldea y encontró a su pueblo al borde de la inanición. Tras relatar lo que había visto, advirtió que el espíritu del grano podría abandonarlos para siempre. Sin embargo, si comenzaban a rendirle honores de nuevo, los ayu­daría. Entonces desenterró sus propias reservas de alimento y descubrió que el espíritu las había multiplicado. A partir de entonces, los aldeanos comenzaron a plantar con cuidado, qui­taron la maleza, recogieron la cosecha y la almacenaron. Y die­ron las gracias al generoso espíritu que los bendijo.

0.007. anonimo (norteamerica)

El dador y el vigilante


De acuerdo con este mito de los tututni, del suroeste de Oregón, dos seres creadores, el Dador y el Vigilante, emergieron del purifi-cante vapor de su sauna para colaborar en la formación del mundo y en la creación de la humanidad.

Tras crear la Tierra y colocar los árboles y la hierba sobre ella, el Dador y el Vigilante decidieron que ya era hora de crear a los primeros seres humanos. El Dador mezcló un poco de hierba y barro para crear dos figuras. Transcurridos cuantro días aparecieron un perro y una perra, que engendraron una camada. Intrigado, se preguntó:
-¿Cómo puedo crear seres humanos? ¡Ya he fracasado dos veces!
El Vigilante entonces intervino:
-Permíteme fumar para ver si aparecen seres humanos del humo.
Estuvo fumando durante tres días, y del humo surgió una casa y, después de un tiempo, una hermosa mujer. El Dador quedó muy complacido al poder crear humanos y dijo a su compañero­
-Quédate aquí y convierte a esta mujer en tu esposa. Yo abando-no el mundo, y todo lo que hay en él te pertenecerá.
La mujer quedó encinta, pero no pudo ver a su marido. Cuando su hijo nació, ella todavía no conocía al padre, así que envolvió al niño y salió en su búsqueda. Viajaron durante diez años y, por fin, el chico preguntó:
-Mamá, ¿dónde está tu marido?
-He soñado con él.
Cuando el Dador oyó estas palabras, se dirigió a su compañero y le dijo:
-La mujer ya está en casa.
Al anochecer del día siguiente, el Vigilante, convertido en hombre, en­tró y el niño exclamó:
-¡Ha venido mi padre!
El Vigilante les explicó lo ocurrido. El Dador trajo el orden al mundo y creó a los animales, y le dijo a su compañero que tuviera muchos hijos.

0.007. anonimo (norteamerica)

El clan de la serpiente


Mitos como el de la migración del clan de la serpiente, del pueblo tewa del norte de Nuevo México, explica cómo algunos grupos llegaron a reverenciar a ciertos animales (en este caso a la serpiente) y a poblar determinadas regiones de Norteamérica.

Una vez, un chico de los tewa, que viía en un río, se sen­to junto a él y se dijo:
Me pregunto adonde irá este agua.
Ese día taló un árbol para construir una caja v les dijo a sus pa­dres que deseaba viajar río abajo. Su tío realizó unos bastones para orar.
-Si te encuentras con al­gún ser sagrado -le dijo-, en­trégaselos.
A la mañana siguiente, el niño se sentó en la caja con su puñado de bastones, y par­tió río abajo.
Al llegar a un lugar en el que había una montaña, se le acercó una joven:
Soy la causante de que hayas venido río abajo -lo dijo.
Tras decir estas palabras, lo condujo a la cima de la mon­taña, donde se encontró con una casa, cuyos ocupantes le ofre­cieron comida. Sus anfitriones parecían humanos, aunque su piel era amarillenta y escamosa y, al salir al exterior, se convir­tieron en serpientes. El chico dio las gracias al cabeza de familia y le entregó los bastones. La familia le mos­tró al niño sus danzas típicas, canto, le invitó a quedarse con ellos y le pidió que se casara con la chica.
Años mas tarde, tras contraer ma­trimonio con ella a engendrar varios hijos, su suegro lo dijo:
-Ha llegado el momento de que vuelvas con tus padres. Llévate a tu fa­milia contigo.
Cuando llegaron a casa del chico fueron bienvenidos y todo fue bien has­ta que los vástagos de la familia de la serpiente comenzaron a morder a otros niños, por lo que decidieron trasladarse al sur.
Muy pronto se encontra­ron con otros seres.
-¿Quiénes sois? -dijeron las serpientes.
-Somos el clan de la arena -dijeron los desconocidos.
-Bueno, sois mi pueblo -respondió la mujer serpiente.
Tras unirse a ellos, viajaron juntos y se encontraron con otros clanes. Y así fue cómo los clanes de los tewa se reunieron. Sin embargo, las serpientes no pudieron convivir con otros cla­nes y se establecieron en el desierto.

0.007. anonimo (norteamerica)

El cazador del sol


De acuerdo con este relato del pueblo menomin, de Wisconsin, un Sol desfavorable es humillado por un joven cazador. Mientras lucha por librarse de una trampa mágica tejida con un cabello, el poderoso Sol confía en los servicios de un raquítico ratón.

Dos hombres salieron al bosque a cazar, pero se ne­garon a llevar-se a su hermano mas pequeño con ellos. Triste y furioso por haberse quedado solo, el joven muchacho se tumbó bajo su túnica de piel de castor y se echó a llorar. Entonces salió el Sol de la ma­ñana y, al mediodía, envió un rayo que destrozó la túnica y dejo visible al niño:
-Me has tratado con crueldad y has quemado mi túni­ca -le grito al Sol. ¿Por qué me has castigado? ¡No lo merezco! El Sol simplemente sonrió y mantuvo la calma.
El chico recogió la túnica quemada, el arco y las flechas, y regresó al campamento. Cuando su hermana entró en su tienda v le preguntó por qué lloraba con tanta amargura, el chico le contó el tratamiento tan cruel que había recibido por parte del Sol.
A la mañana siguiente, le dijo a su hermana:
-¡Hermana mía, entrégame un hilo!
La joven se arrancó un cabello de la cabeza y cuando el chico lo tuvo entre sus dedos, comenzó a alargarse. Al poco tiempo, el muchacho volvió al lugar donde se había tumbado la primera vez y, tras fabricar un lazo con el cabello de su hermana, lo colocó extendido a lo largo del camino, de manera que, cuando lo toco, el cazador atrapó al astro por el cuello e intento estrangularlo. El cordel se calentó y se quedo incrustado, de modo que el cielo se quedó a oscuras. El Sol pidió a gritos la ayu­da de sus espíritus y le imploró a un ratón que royera la hebra. Tras mucho esfuerzo, el roedor lo logre.
Entonces el chico le dijo al Sol:
-Te he castigado por tu crueldad, ya puedes irte y, acto seguido, fue a ver a su hermana, completamente satisfecho de lo que había hecho. Y el Sol, por fin, volvió a resplandecer.

0.007. anonimo (norteamerica)

El ataque de un heroe a un alce gigante


Un papel característico de los héroes era el de guardián de los primeros humanos, estatus que se lograba derrotando y amenazando a los espíritus y a los monstruos. En esta leyenda, el héroe Jonayaiyin derrota a una bestia monstruosa que ha estado sembrando el terror entre sus habitantes.

Cuando la Tierra aún era joven, animales monstruosos se alimentaban de sus pobladores humanos. Uno de estos seres era un alce gigante que devoraba a los seres humanos de un bocado, por lo que los dioses deci­dieron enviar a un héroe que acabara con la vida del monstruo.
El héroe en cuestión se llamaba Jonayaiyin y era el hijo de una anciana que fue a segunda esposa del sol, unos orígenes sobrenaturales que le permitie-ron alcanzar la madurez en sólo cuatro días. La madre del héroe, que conocía cuál sería el destino de su hijo, le indicó el camino hacia la morada de su enemigo, el alce gigante, y le propor­cionó un arco y unas flechas para que llevara a cabo su misión. Jonayaiyin partió y llegó a los dominios del alce con sólo cuatro zancadas.
Mientras aguardaba la llegada del monstruo, las criaturas del desierto se acercaron a preguntarle qué estaba haciendo allí, y, cuando les contestó, le ofre­cieron su ayuda. Dado que el alce se encontraba en una pradera abierta sin ár­boles ni arbustos en los que Jonayaiyin pudiera ocultarse, el lagarto le pro­porcionó una piel como disfraz. La taltuza cayó entonces un túnel para que pudiera atacar al alce desde debajo de la tierra. Jonayaiyin recorrió el tú­nel y le lanzó al monstruo una flecha que le atravesó el corazón, pero el alce introdujo sus cuernos dentro del túnel y surcó grandes extensio­nes de tierra, dando lugar a lo que ahora son montañas. Cuando arremetió contra Jonayaiyin, las arañas del desierto acudieron en su ayuda, de manera que cada vez que el alce lo perseguía, las arañas desplegaban sus redes para evitar que siguiera avanza­ndo. Por fin, el monstruo cayó presa del agotamiento y el héroe entonces lo mató, con lo que liberó a su pueblo del terror y la miseria.

0.007. anonimo (norteamerica)

El anciano organiza el mundo


Algunos mitos cuentan cómo la identidad sagrada de la Tierra se debe al hecho de que el creador estuviera una vez presente físicamente en ella. El paisaje montañoso del noroeste de Montana, hogar de los pies negros, conserva la huella de Napi, el «Anciano», el creador mítico de la Tierra.

El relato acerca del origen de los pies negros cuenta cómo el Ancia­no se trasladaba por el territorio primigenio creando a su paso el relieve y los habitantes de la agreste región que más tarde se con­vertiría en la tierra natal de los pies negros.
Todos los animales de la región conocieron al Anciano, quien creá, ade­más, las montañas, las praderas, la madera y la maleza. Allí por donde pasaba, creaba cosas nuevas, todas ellas relacionadas entre sí y de utilidad. Cubrió la Tierra de hierba y animales, pero cuando las cosas no iban del todo bien siem­pre estaba dispuesto a corregirlas. Las praderas, por ejemplo, no se ajustaban a la forma de vida de los borregos cimarrones, así que el Anciano los agarró por los cuernos y los trasladó a las montañas.
-Éste es el lugar adecuado para vosotros les dijo. Y lo mismo hizo con los  antílopes, que llevó desde su hogar, en las montañas, a las praderas. De esta for­ma, el territorio se fue adecuando a las criaturas que moraban en él, viceversa.
Mientras llevaba a cabo su labor creadora, el Anciano de los pies negros se vio a menudo desafiado por otros poderosos espíritus, como los del sol y el trueno, pero su compromiso y su agradable personalidad lograron superar todo contratiempo. Le gustaba descansar de vez en cuando y tenía un sentido del humor muy agudo. Un divertido episodio de la historia del origen de los pies negros cuenta cómo el creador divino se sentó en la cima de una abrupta colina para examinar con satisfacción el país que había creado.
Bueno, éste es un lugar idóneo para deslizarse -musitó, me lo pasaré bien.
Y dicho y hecho, a deslizarse colina abajo. Las huellas que dejó a su paso aún se pueden ver en Old Man's Sliding Ground, la «tierra resbaladiza del An­ciano» de Montana.

0.007. anonimo (norteamerica)

El anciano coyote y los patos


Una figura clave de los relatos indígenas norteamericanos acerca de la creación era el «buceador terrestre», una criatura que se sumergía en las aguas primigenias para extraer los granos de arena o el barro con que se crearía el mundo terrestre. Aquí, un pato encarna al intrépido héroe.

Antes de que existiera el mundo, solo había agua, y sólo el creador, el Anciano Coyote, es­taba vivo y solo. Tan fuerte era su deseo de tener compañía que, cuando miró hacia el agua, vio a dos patos de ojos rojos, a quienes les sugirió que se sumergieran en las profundidades del mar para ver qué en­contraban.
El primer pato se sumergió y, durante un largo perío­do, no regresó; por fin, emergió a la superficie y dijo que había llegado al fondo del mar, pero que no había encontrado nada. Entonces volvió a sumergirse y regresó con una raíz en el pico. Se sumergió una tercera vez y apareció con un poco de barro.
El Anciado Coyote quedó muy com­placido con lo que vio y anunció que utili­zaría esas materias primas para crear un lu­gar en el que vivir. Tomó la tierra y sopló sobre ella, y el puñado de barro au­mentó hasta formar el continente norteamericano y el resto de las tie­rras que se encuentran más allá de sus fronteras. Luego plantó la raíz y, hasta donde su vista alcanzaba, se extendieron por el territorio plantas y árboles. Satisfecho de su obra, pidió a los dos patos su opinión.
Ambos coincidían en que la Tierra estaba bien, pero sugirieron que necesitaba cierta variedad, como montañas y playas, así como valles y lagos. Con solo tocarlo, el Anciado Coyote embelleció el paisaje. Después creó a los animales y a los primeros seres humanos, a los que enseñó todas las habi­lidades necesarias para sobrevivir.

0.007. anonimo (norteamerica)

Coyote y el origen de la muerte


De acuerdo con este relato, perteneciente a la tradición de los caddo, de Arkansas, la muerte habría sido sólo un intervalo temporal si el embaucador Coyote no hubiera decidido que fuese definitiva, solución que tomó para proteger a los seres vivos frente a la escasez.

Al principio no existía la muerte, lo que hizo que la Tierra se atestara. Debido a ello, los jefes con­vocaron un consejo, y uno de los asistentes dijo que las personas debían morir, pero sólo duran­te un tiempo, para luego regresar de nuevo. Sin embargo, Co­yote manifestó que debían morir para siempre, ya que, si todas esas personas volvían a la vida, no habría alimento suficiente rara mantener a todo el mundo.
Por fin se decidió que los chamanes de la aldea construye­ran una cahaña orientada al este y colocaran una pluma de águila blanca y negra en la parte superior. Cada vez que alguien fallecie­ra, la pluma se mancharía de sangre y caería. Luego, los chama­nes se sentarían en la cabaña y entonarían un cántico para con­vocar al espíritu del fallecido de manera que volviera a la vida.
Transcurrido un tiempo, la primera pluma se tiñó de sangre y cayó. Los chamanes se reunieron y, al cabo de algunos días, un torbellino procedente del oeste rodeó la cabaña y en­tró en ella. Entonces apareció un apuesto joven que acababa de fallecer. Todo el mundo se alegró, excepto Coyote, por lo que la siguiente vez que la pluma se ensangrentó y cayó del techo, y el torbellino rodeó la cabaña, cerró la puerta. El espíritu trans­portado por el torbellino, al encontrar la puerta cerrada, pasó de largo y, a partir de ese momento, la muerte se convirtió en definitiva.

0.007. anonimo (norteamerica)